Ser curioso o
ser indiferente: miradas y horizontes, travesías y destinos podrían
relacionarse con una cosa o con la otra. Logros y sueños humanos a lo largo del
tiempo, dependieron siempre de ciertas curiosidades que permitieron a los
hombres avanzar siguiendo la ruta de sus visiones. La curiosidad hace de cada
individuo un aventurero en pos de sus sueños y sus búsquedas. Es la fuerza que
lo proyecta fuera de sí mismo más allá de sus ahoras y hasta los lugares donde
reside la ilusión; siempre más allá, mucho más allá de la rutina y de la roma
cotidianidad. Curiosidad es construcción, avance, suma: todo relacionándose con
una interminable necesidad de entender.
Opuesta a la
curiosidad está la indiferencia. Indiferencia es vacuidad y conformismo,
pasividad estéril y lejanía, apatía y desinterés esencial. Es, también,
inercia, grisura, inconsistencia. Nada positivo podría surgir de ella. La
indiferencia rutiniza gestos y pasos, visiones y actos. Iguala rostros y
comportamientos. Rasa acciones y destinos. Desvanece iniciativas y
descubrimientos. Hace desaparecer toda voluntad de aventura y todo genuino
deseo de comprensión. La indiferencia inmoviliza al indiferente clausurándolo
dentro de estrechos límites sin escapatoria. La indiferencia convierte los
entornos del ser humano en desdibujados escenarios, en decorados sin finalidad
ni significado. El indiferente es un ser desdibujado y ausente condenado a la
resignación y al desinterés; incapaz de comprometerse, no se compromete porque
no cree.
Curiosidad o
indiferencia: moverse en el sentido de la una o de la otra, actuar de acuerdo a
una o a otra. El curioso, llevado por su necesidad de entender, imagina rumbos
para sus pasos y sus horizontes. El indiferente, ciego y sordo a cuanto no sea
su inmediata instantaneidad, sobrevive en medio de una errabundez de ahoras,
rodeado de hábitos y comportamientos siempre iguales a sí mismos. Al curioso le
resultaría imposible no esforzarse en responder a las interrogantes que lo
acosan. El indiferente, sumergido en la imitación de muchos lugares comunes y
muchísimos gestos reiterados, no puede sino permanecer al margen de casi todo,
sin que ninguna pregunta llegue verdaderamente a motivarlo. El curioso no cesa
de indagar en su tiempo. El indiferente, envuelto por toda clase de
estereotipos, se resigna al sinsentido de su tiempo.
Artistas,
creadores, seres de palabras, no podrían ser sino curiosos entrometidos que
necesitan creer en sus visiones y apostar a su forma de valorar y de optar;
generalmente inconformes y acostumbrados a contemplar el mundo desde sus
adentros, se empeñan vanamente en hacerlo coincidir con eso que son sus propias
versiones del mundo, por dar a éste la forma y el color de sus espejismos.