Enfrento mis
despropósitos y equivocaciones apoyándome en una visión de destino en la que no
podré nunca dejar de creer.
Escritor, ensayista, poeta y docente venezolano. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Mariano Picón Salas del Ministerio de la Cultura de Venezuela en 1992, fue miembro del jurado de dicho premio en la edición de 1993. Igualmente fue miembro del jurado del Premio Internacional de Cuento Francisco Herrera Luque y Presidente del I Congreso de Legislación Cultural Municipal, realizado en en febrero del año 1993 en la Universidad Simón Bolívar.
viernes, 30 de noviembre de 2012
martes, 27 de noviembre de 2012
HE LLEGADO A RECONOCERME...
He llegado a reconocerme en mi tiempo vivido;
ahora me propongo llegar a aceptarme en mi tiempo por vivir.
lunes, 26 de noviembre de 2012
EXISTE UN YO...
Existe
un yo que se comunica consigo y se apoya en
sí, y otro yo que sólo es capaz de comprenderse en medio de la multitud y de
convertir sus voces en eco de las voces de los otros y de hacer de sus gestos y
muecas un reflejo de las muecas y los gestos ajenos... ¿Se trataría acaso de
escoger entre ambos? No, de lo que se trata es de aceptar que las dos opciones
existen en los seres humanos; tal vez como algo físico, o, acaso, como una
consecuencia de eso a lo que la vida nos ha ido conduciendo. Se trata de que nuestros
diálogos y comprensiones propenden, bien hacia el propio mundo interior, bien
hacia la vastedad de los afueras. Se trata de movernos por entre familiares
espejismos o de desplazarnos con soltura por entre la siempre azarienta
realidad. Se trata de girar en torno a nosotros mismos o de hacer de nuestra
conciencia permanente comunión con infinitos otros.
domingo, 25 de noviembre de 2012
EL EGOÍSMO PUDIERA SER...
El egoísmo pudiera
ser, bien un apoyo, una fuerza; bien una insuficiencia, un debilitamiento o una
anulación. En todo caso, no
existe otra opción para el ser de palabras que ese egoísmo suyo que convierte
el tiempo dedicado a su juego creador tiempo robado a todo lo demás, tiempo sin
desperdicio.
viernes, 23 de noviembre de 2012
EN 1894...
En 1894, cuando apenas
contaba con veintitrés años, Valéry escribió un curioso ensayo: Introducción al método de Leonardo da Vinci.
En él postulaba una versión muy personal de un Leonardo capaz de diseñar un
orden universal con el cual sustraerse al caos de la realidad. Lo llamativo era
la forma como Valéry convertía a Leonardo en emblema de su propia necesidad de
entender el mundo. “No encontré –dice- nada mejor que atribuir al infortunado
Leonardo mis propias inquietudes, trasladando el desorden de mi espíritu a la
complejidad del suyo. Le infligí todos mis deseos a título de posesiones. Le
presté muchas dificultades que me obsesionaban en aquel tiempo, como si él las
hubiera encontrado y superado. Cambié mis apuros por su supuesta habilidad. Me
atreví a considerarme con su nombre, y a utilizar mi persona. Era falso, pero
estaba lleno de vida”.
El propio Valéry pareció aplicar en su vida ese método que había asociado
con Leonardo. Entre
1894 y 1945, durante más de cuarenta años, escribió doscientos sesenta y un
cuadernos que sumaron un total de veintiséis mil páginas. Escribía todos los
días, entre las cuatro y las seis de la mañana, sobre cualquier tema. Ideal de
la escritura como orden y, sobre todo, como unidad construida por palabras que son
o aspiran a ser coherencia, sentido, suma, norma... Junto a la organización de
las voces, regular los interminables instantes que van construyendo nuestro
tiempo humano, acaso como una manera de rescatarse el poeta de la confusión y
alcanzar cierta armonía dentro y fuera de él. Acaso un ideal; en todo caso,
admirable ideal y admirable compromiso del creador.
Alguna vez se refirió
Valéry a las razones que lo llevaban a escribir. La primera: procurarse placer
y alegría; la segunda, alcanzar con su acto un personal conocimiento de lo
nombrado. Alguien comentó alguna vez que en Valéry el académico se alimentaba
del poeta; acaso la más bella y exacta de las maneras de definir esos seres de
palabras que, de un lado, escriben eso que la razón les dicta, y, por el otro,
dibujan con sus voces imágenes surgidas de sus vivencias, ilusiones y
sentimientos. Creo que en Francia se cometió una injusticia con Valéry. Su
imagen de pensador y poeta pareciera avenirse mal con lo que, a partir de algún
momento, se volvería la preferencia del mundo intelectual francés: filósofos
empeñados en copiar de los científicos voces, dialectos y ademanes.
jueves, 22 de noviembre de 2012
ALGUNA VEZ...
Alguna vez declaró
Goethe que la escritura era un “abuso de la palabra”. Y mucho antes que él, los
antiguos griegos distinguieron en la escritura un pálido sucedáneo de la voz
oral. Pitágoras sostenía que los libros eran ataduras que mataban el espíritu,
mientras que la voz humana era su alimento vivificador; para Platón, la
escritura era un insuficiente reflejo de la voz que ella suplantaba, siempre
inferior a ésta, incapaz de responder, como sí podía hacerlo un hablante, a las
interrogantes que directamente se le formulasen. Para los griegos, para Goethe,
para tantos y tantos otros, la verbalidad era colocada muy por encima de una
escritura percibida como deformante o entorpecedora de la necesaria fluidez en
el diálogo entre los hombres. En realidad, acaso pudiera ser más bien lo
contrario: que la escritura corrigiese cierto riesgo siempre presente en la
palabra hablada: su rapidez amenazada de improvisación, la fugacidad de sus
contigencias, la evanescencia de sus frecuentes titubeos, su fragilidad deudora
de tantos circunstancialismos. Por supuesto que también la escritura puede
debilitar las palabras: rutinizándolas, frivolizándolas, banalizándolas; pero,
quizá a causa de la búsqueda estética que ella precisa, a causa de su mayor
conciencia de perdurabilidad y trascendencia, el riesgo sea menor o más
conjurable.
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