Existe
un yo que se comunica consigo y se apoya en
sí, y otro yo que sólo es capaz de comprenderse en medio de la multitud y de
convertir sus voces en eco de las voces de los otros y de hacer de sus gestos y
muecas un reflejo de las muecas y los gestos ajenos... ¿Se trataría acaso de
escoger entre ambos? No, de lo que se trata es de aceptar que las dos opciones
existen en los seres humanos; tal vez como algo físico, o, acaso, como una
consecuencia de eso a lo que la vida nos ha ido conduciendo. Se trata de que nuestros
diálogos y comprensiones propenden, bien hacia el propio mundo interior, bien
hacia la vastedad de los afueras. Se trata de movernos por entre familiares
espejismos o de desplazarnos con soltura por entre la siempre azarienta
realidad. Se trata de girar en torno a nosotros mismos o de hacer de nuestra
conciencia permanente comunión con infinitos otros.