El silencio suele ser muy a menudo la mejor de las
respuestas. Cuando las cercanías son excesivas, cuando las palabras pesan
demasiado y alteran la armonía de esas cercanías, el silencio juega en contra
del desequilibrio, de la tensión, de la ruptura. No es una panacea: sólo una
estrategia, una circunstancial respuesta.