Hace
algunos años, al responder por escrito un cuestionario sobre los significados
que la lectura había tenido para mí, dije: “Mi aprendizaje lector fue arduo y
contradictorio. En mi juventud recuerdo haber frecuentado muchos autores
mediocres. Cuando leo las referencias de escritores a los libros que
tempranamente comenzaron a acompañarlos, no deja de admirarme la impecable
pulcritud de autores y libros recordados. No fue mi caso: mi aprendizaje
literario llegó muy lentamente y, sobre todo, a partir de la experiencia de los
años universitarios.” No estoy seguro de que hoy contestaría de la misma
manera. ¿Hasta qué punto pueda hablarse de lecturas más o menos “dignas”? Creo
que todas contribuyen a forjar un particular nexo entre nosotros y las voces.
Escritor, ensayista, poeta y docente venezolano. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Mariano Picón Salas del Ministerio de la Cultura de Venezuela en 1992, fue miembro del jurado de dicho premio en la edición de 1993. Igualmente fue miembro del jurado del Premio Internacional de Cuento Francisco Herrera Luque y Presidente del I Congreso de Legislación Cultural Municipal, realizado en en febrero del año 1993 en la Universidad Simón Bolívar.
martes, 30 de octubre de 2012
lunes, 29 de octubre de 2012
EN SU PROPÓSITO,,,
En su propósito por
comprender y organizar sus comprensiones, Montaigne me luce cercano a otro
autor también francés: Paul Valéry. En 1894, cuando apenas contaba con
veintitrés años, Valéry escribió un curioso ensayo: Introducción al método
de Leonardo da Vinci. En él postulaba una versión muy personal de un
Leonardo capaz de diseñar un orden universal con el cual sustraerse al caos de
la realidad. Lo llamativo era la forma como Valéry convertía a Leonardo en
emblema de su propia necesidad de entender el mundo. “No encontré –dice- nada
mejor que atribuir al infortunado Leonardo mis propias inquietudes, trasladando
el desorden de mi espíritu a la complejidad del suyo. Le infligí todos mis
deseos a título de posesiones. Le presté muchas dificultades que me obsesionaban
en aquel tiempo, como si él las hubiera encontrado y superado. Cambié mis
apuros por su supuesta habilidad. Me atreví a considerarme con su nombre, y a
utilizar mi persona. Era falso, pero estaba lleno de vida”.
El propio Valéry pareció aplicar en su vida ese método que había asociado
con Leonardo. Entre
1894 y 1945, durante más de cuarenta años, escribió doscientos sesenta y un
cuadernos que sumaron un total de veintiséis mil páginas. Escribía todos los
días, entre las cuatro y las seis de la mañana, sobre cualquier tema. Ideal de
la escritura como orden y, sobre todo, como unidad construida por palabras que son
o aspiran a ser coherencia, sentido, suma, norma... Junto a la organización de
las voces, regular los interminables instantes que van construyendo nuestro
tiempo humano, acaso como una manera de rescatarse el poeta de la confusión y
alcanzar cierta armonía dentro y fuera de él. Acaso un ideal; en todo caso,
admirable ideal y admirable compromiso del creador.
Alguna
vez se refirió Valéry a las razones que lo llevaban a escribir. La primera:
procurarse placer y alegría; la segunda, alcanzar con su acto un personal
conocimiento de lo nombrado. Alguien comentó que en Valéry el
académico se alimentaba del poeta; acaso la más bella y exacta de las maneras
de definir esos seres de palabras que, de un lado, escriben eso que la razón
les dicta, y, por el otro, dibujan con sus voces imágenes surgidas de sus
vivencias, fantasías, convicciones y sentimientos.
domingo, 28 de octubre de 2012
EN SU LIBRO...
En su libro El oficio
de vivir, Cesare Pavese comenta que una de las esenciales alegrías en la
vida es no dejar nunca dejar de comenzar; de buscar lo nuevo, de iniciar
proyectos de la mano de nuevas ilusiones o de la intuición de promesas que
aguardan más adelante.
No importa qué tan viejo
sea lo que se presenta ante nuestra mirada por vez primera: nuestras
perspectivas y comprensiones nos pertenecen, igual que nuestros
descubrimientos. Creo en una escritura de la que
salga
ganando la territorialidad del escritor, el rescate de un centro que le
pertenezca sólo a él. Se trata de contar desde ese centro; desde él nombrar, y hacerlo, acaso, como un acto preservación.
Nos preservamos al
convertir nuestras curiosidades y descubrimientos en significado, en rumbo.
Indeclinable sentimiento de que la vida debe, necesariamente, poseer un
sentido; un espejismo, sin duda, pero un espejismo del que es imposible
prescindir, y escribir es, tal vez, una manera de alentarlo.
En el juego de la
escritura (y como se ha dicho tantas veces nada hay más sagrado ni
trascendentalmente humano que el juego) se trata de hablarnos apoyándonos en
ciertas reglas que sólo nosotros hemos decidido crear.
En vez de insertarnos en
tantos espacios compartidos por muchos o por todos, en lugar de repetir gestos
que la mayoría de los otros repite, escribimos, acaso, para aferrarnos a eso
que nos pertenece, para sustentarnos en cierta necesidad de expresar que somos
o nos sentimos parte de algo que, esencialmente, tiene que ver sólo con
nosotros mismos.
A
la pregunta ¿qué
busco al escribir?, creo, con el paso de los años, haber ido hallando mi
respuesta. Escribo para decir curiosidades, para organizar descubrimientos y
comprensiones, para enfrentar la confusión o el tedio. Escribo para sostenerme, para darme ánimos junto
a la fuerza de ciertos espejismos. Escribo, también,
porque escojo; porque me es imposible decirlo todo y escribir me enseña
a no decir de más, tampoco de menos: sólo lo preciso, lo necesario. Escribir me
enseña, pues, a callar. Después de todo, quizá escriba porque he aprendido a
valorar el silencio.
Escribo para decir mis miradas sobre imágenes, rostros, recuerdos,
propósitos, convicciones; para acercarme
a mi propia historia y, desde ella, conjurar el albur del día a día. Escribo,
también, para dar un sentido estético a mis comprensiones, a mis proyectos y a
ciertos sueños construidos y reconstruidos una y mil veces.
Al escribir ordeno,
relaciono, afirmo, valoro. Construyo una cartografía personal donde me refugio
de la tan a menudo incómoda intromisión de lo real; y hago de mis voces
cotidianidad, acaso mucho más real que tanta rutina hecha de reglas y
costumbres ininteligibles.
Los temas y el estilo
que escojo al escribir me señalan. Y quiero pensar que he llegado a parecerme a
ellos: acaso como un eco o un reflejo de esa vida que debo construir o inventar
día a día.
¿Me
será posible, gracias a la escritura dibujar un diseño para mi existencia? En
todo caso, ¿por qué no intentarlo?
sábado, 27 de octubre de 2012
VIVIR, DIJO MONTAIGNE...
Vivir, dijo Montaigne,
y lo dijo también el poeta Cesare Pavese, es un oficio. Y hay que dar forma a
ese oficio, aprendiendo a realizarlo de la mejor manera posible; viviendo de
acuerdo a ciertos proyectos. Escribir es una manera de entender mejor esos
proyectos, de dejarnos conducir por ellos, dándoles un sentido muy próximo a
nuestras voces; siempre relacionadas con nuestra voluntad, nuestra sensibilidad
y nuestra imaginación, así como también con el significado de muchos días entretejidos
a su alrededor.
jueves, 25 de octubre de 2012
LA REALIDAD SE IMPONE...
La realidad se
impone por sobre todas las razones; interfiriendo con sueños, propósitos,
decisiones… Ella es lo ineludible, lo insalvable.
Tratar de
soslayar la realidad, de hacerla actuar en nuestro favor: esfuerzos
generalmente destinados al más rotundo de los fracasos.
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