Existen grupos
humanos que se avienen mal con la obediencia ciega, con la falta de cuestionamientos;
grupos que no aceptan ser uniformados; que, sobre todo, obedecen a sus intuiciones,
a sus convicciones, a sus sueños; grupos de individuos que, por sobre cualquier
otra cosa, se apoyan en su libertad. Pienso, por ejemplo, en esos grupos que
han sido mis interlocutores por muchos años: los jóvenes universitarios.
Los fanatismos, la obediencia irracional,
la ausencia de crítica pertenecen a universos ajenos a la universidad: espacios
que, generalmente, sustentan sus principios y valores sobre la supresión de cualquier
forma de individualismo. El mundo castrense, por ejemplo, saturado de uniformes
y uniformidades, de estandartes e himnos, de obediencias y
consignas, acostumbra imponer la razón y los argumentos de algún particular “superior”
sobre muchos “inferiores” como la única razón y el único argumento posible.
Iniciativa que no es exclusiva sólo del mundo militar: se repite en todos aquellos espacios empeñados
en reducir la individual complejidad humana al tamaño de un lema, un proyecto,
un código, una obediencia o un símbolo.
El individualismo juvenil de los
estudiantes universitarios suele colocar a éstos al margen de muchos referentes
que frecuentemente no aceptan ni acatan. ¿Su respuesta? Aferrarse a sus propios
espacios, a sus valoraciones, a la fuerza de su particular rebeldía. Rebeldía: acaso una forma de orientación necesaria para ese joven
que está aprendiendo a creer en sí mismo, en eso que es y en eso que hace. Si posee
la lucidez suficiente para superar ciertas limitaciones y apartarse de algunas
torpezas, su rebelión bien pudiera darle fuerzas en la construcción de su
propio camino, un significado para su rumbo. Rebelarse puede, de hecho, expresar
un gesto de honestidad de un individuo consigo mismo y con cuanto le concierne.
Una
cotidiana forma de rebelión: ir en contra de la corriente, acudir al encuentro
de nuestra autonomía, perseguir nuestra independencia...
La rebeldía –o la resistencia: también ese nombre le cuadra a ese sentimiento
de apoyo a una soberanía que sólo a nosotros incumbe- en modo alguno está
relacionada sólo con el resentimiento, la amargura o el nihilismo. Puede tener
que ver con algo mucho más sencillo y honesto: la aceptación de eso que somos y
que no podríamos dejar de ser.