La sabiduría
del hombre de nuestros días deberá ser, necesariamente, la de la mesura y la
humildad. Humildad para acercarnos al mundo, para entendernos con nuestro
planeta en vez de empeñarnos en modificarlo. Humildad para vislumbrar que lo
humano y lo natural son piezas vivas dentro de un mismo sistema: expresiones de
una sintaxis hecha de balances y armonías. Por mucho tiempo el ser humano se
concibió a sí mismo como construcción final y magnífica de un proceso evolutivo
único. Hoy, comienza a reconocer que su protagonismo dentro del tiempo
terrestre es accidental. No somos los privilegiados destinatarios de la
infinitud universal. Somos sólo los habitantes temporales de un fatigado
planeta: apenas sobrevivientes. Ni hijos de Dios ni extraordinario resultado de
una mágica e irrepetible combinación: sólo sobrevivientes... Y desapareceremos
algún día, de la misma manera en que un día llegamos.