domingo, 23 de octubre de 2011

UNA ORDEN IMPERIAL EMANADA DE CARLOS V...


      Una orden imperial emanada de Carlos V que desautorizaba el cultivo de lo imaginario y prohibía las novelas, imprimió una honda peculiaridad en los primeros tiempos de nuestra literatura latinoamericana. Durante los tres siglos coloniales se prohibió la imaginación en la América española. La verdad y el poder eran normas divinas que no se podían vulnerar. La literatura se hizo deudora, más que de la imaginación, de la seducción. Tenía un carácter anodadador: buscaba convencer en la seducción de la retórica. La literatura escrita en la América española se emparentaba más al ingenio que a la imaginación, más a la simulación que a la expresión directa. Estética del disimulo: fantasía metamorfoseada en agudeza; estética del enmascaramiento y de la ambigüedad. Verbalidad, verbofagia, verborrea: profusa palabra que se abre y se muestra o se cierra y oculta. Palabra abanico. Palabra femenina que seductoramente juguetea con las apariencias. Palabra insinuación. Palabra atrapante y embrujadora. Nuestra literatura del tiempo colonial articula signos particularmente femeninos en la reproducción del juego sutil de la seducción, del ascendiente a través del poder de la apariencia, de la importancia fundamental de la forma que, sutil, se muestra y, cautivadoramente, atrae. Trascendencia de la forma que nos define, del ropaje que nos viste, de la máscara que nos cubre, del lenguaje que utilizamos. Desde los siglos coloniales, la individualidad hispanoamericana se ha apoyado, con fuerza, en la imagen proyectada. Parecer termina siendo tan importante entre nosotros como ser. La forma opaca la verdad. La representación se convierte en verdad.

     Si una de las constantes de nuestra literatura ha sido la seducción de la forma; la otra, casi como actitud opuesta, fue la obsesión por hurgar en nuestro cuerpo histórico: palpar el pasado para plantearnos ciertas interrogantes: ¿qué somos los latinoamericanos? ¿qué hemos sido en el tiempo? ¿en qué nos hemos convertido? En las respuestas a estas preguntas, se inicia uno de los espacios esenciales de nuestra literatura: la interrogación a una historia que nos defina, a una legitimidad que nos represente, a una ilusión que nos sostenga. Nuestros escritores parecieran haber sentido desde siempre la inescapable fuerza de las relaciones entre los tiempos. Las nociones de presente y porvenir se apoyan en el conocimiento del pasado. Obsesión por indagar en la memoria y rescatar algunas de sus imágenes evanescentes.