jueves, 27 de octubre de 2011

FANNY Y ALEXANDER


Lo que vemos y lo que nos gustaría ver: posibilidades, a fin de cuentas, la una tanto como la otra. Voluntad de ver eso que quisiéramos: una apuesta, riesgosa pero apuesta al fin. De la voluntad de acercarnos a la realidad desde la intensidad y la forma de nuestros deseos trata Fanny y Alexander (1982), la última de las películas que Ingmar Bergman realizara para el cine. Ella nos muestra la posibilidad de descubrir, gracias a la imaginación, esas cosas maravillosas que la vida pueda ofrecernos. Es una propuesta que nos llega junto a tres escenas centrales del filme. En la primera de ellas, Oscar Ekdahl, director del grupo de teatro de la ciudad de Upsala y padre de Alexander, joven protagonista del filme, se dirige a los actores de su compañía y les habla del contraste entre el mundo del teatro, donde todas las cosas tienen un sentido y una armonía, y el mundo real: duro, áspero, pero, sobre todo, impredecible, y lo que es peor, frecuentemente absurdo. En la segunda escena, hacia el final de la película, un tío de Alexander, pronuncia un breve discurso ante toda la familia reunida: “Déjennos ser felices tanto como podamos. Déjennos disfrutar la vida. Es necesario, y no es vergonzoso, disfrutar de este pequeño mundo: de la buena comida, de los árboles que florecen, de la música...” Antes de esa exhortación, el mismo personaje había exclamado: “la maldad recorre el mundo como un perro rabioso”. En la tercera y última de las escenas, con la que, por cierto, concluye la película, la abuela de Alexander, matriarca de la familia Ekdahl, toma un libro de Augusto Strindberg y de él lee un breve fragmento: “Todo puede suceder, en el delgado marco de la realidad, la imaginación no cesa de girar creando nuevos patrones...”

Tres escenas que nos comunican una verdad que resulta imposible no compartir: la imaginación puede abrirnos las puertas hacia una vida más feliz. Sin embargo, hay un insoslayable matiz en esto: el descubrimiento de la felicidad está necesariamente relacionado con la vivencia de la infelicidad, el reconocimiento de la una como consecuencia de haber sufrido la otra.

En el filme, el personaje de Vergérus, Obispo de Upsala y padrastro de Alexander, abre a éste las puertas de un universo de puritanismo enfermizo y desquiciado. El contraste que establece el filme entre el mundo de Vergérus y el mundo epicúreo de la familia Ekdahl, nos conduce a una sola conclusión posible: los seres humanos podemos escoger vivir a plenitud o condenarnos a una existencia degradada: somos los únicos causantes de nuestra felicidad o de nuestra miseria.