En un curso que dicté hace poco, se trató en
algún momento de eso que Umberto Eco llama “tecnología destructiva”. En un
trabajo escrito, uno de mis estudiantes sostuvo con extraordinaria lucidez que
algunos de los signos más emblemáticos de esa “destructividad” de lo
tecnológico estaba muy relacionada con la así llamada “industria del ocio”.
Desde luego, cuando pensamos en tecnología destructiva es ya un lugar común
referirse a la proliferación de armas capaces de aniquilar a cualquier
adversario; y de convertir la guerra en algo mucho más terrible de lo que
siempre ha sido, arrojando el resultado de desenlaces sin vencedores ni
vencidos. Pero leyendo el trabajo de mi estudiante, vino a mi mente la
visión de esa crecientemente poderosa industria de videojuegos donde cobra
mayor importancia la creación de espacios virtuales en los que penetra un
jugador para vivir experiencias paralelas a la de su propia vida.
Si en el terreno bélico, la tecnología ha
llegado a ser capaz de calcinar muchísimos hombres y muchísimos espacios, algo
parecido sucede en el mundo de la industria del entretenimiento, en que cada
vez más y más seres humanos se entregan a la aventura de vivir existencias
virtuales dentro de universos irreales donde descubren aventuras, amistad, amor...