Aprovecho para rendir, aquí y
ahora, un homenaje a ciertas personales lecturas infantiles: los libros
escritos por una escritora inglesa de la que, por muchos años, pensé que se
trataba de un hombre. Se llamaba Richmal Crompton; y disfruté por largo tiempo
de los muchísimos episodios protagonizados por Guillermo Brown, un niño inglés
rechoncho, pelirrojo, con el rostro lleno de pecas, ataviado con la infaltable
gorra de cricket que, según creo, era de uso obligatorio en los colegios
ingleses de la época; y que, junto con sus amigos Pelirrojo, Douglas y Enrique,
me hicieron disfrutar de sus aventuras. No me cansaba de sumergirme en el mundo
de Guillermo. Leía sus peripecias una y otra vez, incansablemente. Llegué a
conocer de memoria la mayoría de ellas. Volvía una y otra vez a esas páginas
que me divertían y, sobre todo, me aislaban. Fui también, claro, un ávido
lector de Emilio Salgari, con sus muy variados y exóticos personajes y lugares;
pero, sobre todo, serían los muchos y muy hilarantes episodios de Guillermo
Brown los que me mostraron la fuerza seductora de una palabra capaz de
enriquecer mis días.