Viscosa separación, acaso hundimiento de mundos sostenidos por epitafios traductores de curiosas formas de derrota. Cada fragmento de aire sobrevive en medio del desánimo, del adormecimiento de los impulsos, del rechazo que todo lo vulnera, del estéril desengaño. Dioses menores conjuran el último beso de la tierra, la falacia del primer hijo ofrendado, la inutilidad de presurosos ángeles incapaces de resistir penuria alguna. Aparecen formas desnudas ante viajantes propensos a desconfiar de sí mismos. Será el olvido el destino de sus actos, el asombro convertido en desacuerdo y la resignación cubriendo de ignominia el tardío arrepentimiento.
