Acaso una de las
cosas más importantes que una universidad pueda ofrecer a sus estudiantes sea la
enseñanza de la lectura. Hacer de ésta un símbolo de aprendizaje, una alegoría
del saber; leer como un estímulo del pensamiento. Luego, y siempre a partir de
la lectura, será el siguiente paso: compartir, estudiantes y profesor, la
comprensión de lo leído en un diálogo que reúna ideas, visiones, preguntas,
respuestas...
El profesor deberá
saber elegir las lecturas. Organizarlas en un cuerpo o canon de referencias
concebido como una vía hacia el conocimiento y el compromiso para con el
conocimiento. Se trata de elegir textos estimulantes, inspiradores, aceptando en
ellos la irrefutabilidad de ciertas verdades y la fortaleza de argumentos
capaces de imponerse en todas las circunstancias.
En mis
diálogos con los estudiantes, jóvenes comenzando a vivir, enfrentando por vez
primera los retos de la existencia, suelo acudir al conocido poema, “Ítaca”,
del griego Constantino Kavafis. La edad del joven en el tiempo universitario es
especialmente significativa: dejó de ser un niño incapaz de asumir
responsabilidades, sin ser todavía un individuo maduro formado -o deformado-
por las experiencias de la vida. Vive el momento de comenzar a entender, de
iniciar propósitos y búsquedas, de plantearse ciertas esenciales preguntas. Un
de ellas no podría dejar de relacionarse con la extraordinaria afirmación de
Kavafis en su poema: aprender a vivir constituye el sentido mismo de la vida. Y
en ésta acechará siempre el riesgo de la desorientación. En el caso del joven,
una desorientación agravada por una inmadurez que lo lleva a depender
excesivamente de su propia irrealidad. Para conjurar ese riesgo el joven deberá
relacionar sus aprendizajes con un sentido, con una finalidad de vida. Y a fin
de cuentas eso es lo que propone Kavafis: la identificación de ese sentido.
Mucho más que de sumar pasos, se trata de aprobar las propias huellas.
Transcribo
algunos fragmentos de “Ítaca”: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca/ pide que
el camino sea largo,/ lleno de aventuras, lleno de experiencias … Que muchas
sean las mañanas de verano/ en que llegues -¡con qué placer y alegría!-/ a
puertos nunca vistos antes … Ten siempre a Ítaca en tu mente/ Llegar allí es tu
destino./ Mas no apresures nunca el viaje./ Mejor que dure muchos años/ y
atracar, viejo ya, en la isla,/ enriquecido de cuanto ganaste en el camino…”
Todos
estos imaginarios señalan la intención de Kavafis: comunicar ciertas verdades
de vida, ésas a las que, como maestro, no podría dejar de compartir con mis
estudiantes: la necesidad de valorar lo realmente importante, de entender la
vida como constante compromiso con nosotros mismos, de aprender de nuestras
principales experiencias; de atrevernos a creer y a decidir, a valorar y a
elegir… La vida, propone Kavafis, es un fin en sí misma; y en ella, lo
esencial, será aprender a vivirla día tras día.