Nos acercamos al desorden universal desde un orden propio
-o, eventualmente, también desorden; desorden interior: eventualmente fecundo
en sus contradicciones y expectativas-. Frente al sentimiento de lo arbitrario
o caótico a nuestro alrededor nos imponemos la protección de un orden que, a la
vez que nos limite, nos fortalezca y afirme. Un orden donde nos relacionarnos con
las cosas de acuerdo a cómo las percibimos o nos interesamos por ellas. Un
orden que, en medio de esa continuidad que somos, nos describa en una simetría
de propósitos y acciones.