Recuerdo la
afirmación del poeta y ensayista Gastón Bachelard: “Hay que escuchar a los
poetas.” ¿Quiénes son ellos? Ante todo, seres que aman la libertad y la
describen. Sin ella no existiría significado alguno para sus voces. La libertad
es la razón primera de su esfuerzo creador. Acaso por eso suelen ser los poetas
las primeras víctimas de sistemas herederos de ideologías de miedo y de muerte.
Con sus voces los
poetas se relacionan con el tiempo. Nos hablan desde su conciencia convertida en atalaya.
Testigos e intérpretes guiados por su sensibilidad, su lucidez y su
imaginación, escriben para reencontrarse consigo al interior de un orden
verbal gobernado por íntimas formas de coherencia. En sus palabras
reconocemos imaginarios humanos individuales y colectivos.
En algún momento
de su obra, Czeslaw Milosz, Premio Nobel de Literatura, se pregunta: “¿Qué es
la poesía que no sirve a las naciones o a la gente”. Y concluye: “la poesía
está obligada a servir a las naciones y a la gente”. Es decir: ella es, por
sobre todo, útil; poseedora de un esencial porqué: orientar a los hombres, ayudándolos a entender y a valorar las cosas; enfrentados, individual y socialmente, a una irrenunciable urgencia de libertad.