Frente a eso que Camus llamó alguna vez el “silencio irracional del mundo”, existe la voz humana, las palabras capaces de nombrar las razones de los hombres; ni religiosas ni ideológicas: argumentos identificados con memorias personales, con voluntad, con sueños e imaginación, con anhelos y temores, con ilusionadas visiones de felicidad o plenitud…
A la irracionalidad o la indiferencia del universo se oponen las voces surgidas de experiencias y aprendizajes individuales: signos de lo que somos y pudiéramos desear ser, señales de nuestro origen dirigiéndose hacia un destino.