viernes, 13 de marzo de 2020

ES MAESTRO...

Nuestra comunicación con el entorno acaso señale nuestra más genuina finalidad humana. ¿De las muchas cosas que del mundo nos transmite, cuáles escogemos comunicar a otros? En nuestros actos, en nuestras voces una intención se repite: exponer una manera de mirar, de entender, de valorar, de creer, de sentir... Expresar nuestra relación con nosotros mismos y con el mundo. Nombrar nuestras respuestas. Escoger cuales énfasis, razones, imaginarios y verdades transmitir… Acto y finalidad de las voces: de su propósito y su destino; eventualmente, destino de esperanza, de significación ética en ciertos diálogos empeñados en vivir un poco por sí mismos, amparados en determinados fines e ideales.
¿Cómo y cuándo nace en algunos de nosotros la voluntad de educar, el deseo de convertirnos en educadores? ¿Qué nos lleva a hacer de nuestra muy humana necesidad de comunicación una profesión? Y, al hablar de profesión, pienso en genuina entrega, opción de vida, compromiso. Comunicación, acaso, de una ética convertida en el apoyo natural de todo conocimiento.
Es maestro quien comunica un saber, quien busca la verdad y enseña a otros a buscarla. Verdad como algo por descubrir; más que la Verdad, así con mayúscula, diversas verdades: de vida, de convivencia; necesariamente relacionadas con un imprescindible sentimiento de libertad. Verdad y libertad se relacionan. La una no podría existir sin la otra. Buscar la verdad, individual y colectivamente, implica la libertad de intentarlo y conseguirlo. Todo buen maestro ha de inculcar en sus discípulos el amor por la libertad. Libertad para elegir, para aprender y querer aprender, para entender, para aceptar iniciativas personales, para seguir las propias intuiciones, para  definir una personal manera de intervenir en el mundo...
Ser maestro entraña una manera de vivir, de saberse en capacidad de influir en la acción de otros. Al educar, el maestro busca respuestas para sí mismo. Interrogando a otros se interroga. Educando se educa. Entiende su aventura como aprendizaje. Hace de sus conocimientos, elección, propósito, convicción. Entiende su destino docente como un permanente despertar conciencias críticas. Su saber ha de apoyarse tanto en su erudición como en su sensibilidad, en su experiencia tanto como en su lucidez, en su inteligencia tanto como en su imaginación. Hace de su curiosidad intelectual punto de partida y compañía de su humano viaje. ¿Su reto esencial? Conservar viva su fe en esos seres humanos a quienes se dirige. Un maestro que no crea en la posible perfectibilidad de sus estudiantes, en su potestad de contribuir de alguna manera en la superación humana individual de ese joven discípulo que lo escucha, no debería nunca dedicarse a la enseñanza.
Todo maestro, constituye -debería constituir- un modelo para esos jóvenes a quienes forma. Convertirse en referente. Llama la atención descubrir en quienes podríamos esperar, por su inteligencia, por su trayectoria y su erudición convertirse en ejemplo y referencia, cometer toda clase de desatinos. Por el contrario, también es cierto que personas de quienes pudieran no esperarse mayores respuestas intelectuales, reaccionar de una manera humanamente ejemplar, y contemplamos en ellos, un ejemplo, una referencia. No fue su formación académica, tampoco su educación, en un sentido convencional, lo que pudo convertirlos en referentes de humanidad, sentido común, profundidad espiritual. Y, sin embargo, su manera de vivir y de aprender de la vida nos habla de una condición que vale la pena escuchar, entender -y, ¿por qué no? imitar-. Son maestros en la plena acepción de la palabra. Seres que, más allá de su formación académica, están en condición de transmitir verdadera sabiduría de vida, aprendizaje de humanidad en el más pleno sentido de la palabra.