Hacer arte y vivir la vida como si ésta fuera una obra de arte
pudiesen, a fin de cuentas, resultar cosas parecidas. En ambos casos: se trata de
armonizar propósitos y experiencias, de lograr que aquello que estéticamente
nos expresa se convierta en algo personal y necesariamente útil. En suma: una
estética convertida en reflejo de nuestro espíritu: ese lugar donde genuinamente somos, entendemos, valoramos, buscamos
respuestas, nos relacionamos con nosotros mismos y con otros; y, esencialmente,
alcanzamos a entender nuestra libertad.