Recuerdo el fragmento de un poema de Rafael Cadenas: “… una colmena donde se oculta un
arcoíris…” Imaginario de una colmena con un arcoíris en
su interior: metáfora de múltiples sugerencias.
Una colmena de cerrados espacios y un
arcoíris de luces dibujadas en el cielo, una colmena de automatizados esfuerzos y un arcoíris de
coloridas sugerencias, una colmena de homogeneidades reiteradas
y un arcoíris de inesperados brillos, una colmena siempre igual a sí misma en un inmodificable tiempo y un arcoíris brillando en cierto instantáneo ahora, una colmena
de multitudinario tedio y un arcoíris momentáneamente inspirador, una colmena de letárgica uniformidad y un arcoíris de cambiantes sugerencias.
La colmena, generalmente oscura, es el umbrátil
territorio donde se ocultan lo amorfo y multitudinario. El arcoíris se presenta
al cielo abierto: amplitud de todos los colores brillando en el firmamento.
En la colmena, no se crea: se repite. No se
sueña: se obedece.
Percibimos el rostro de la colmena humana
-o inhumana- allí donde se impusieron
la opacidad de las rutinas, la reiteración de los actos, la obligación de las
obediencias, la perdurable opresión…