Un último grotesco acto del actual desgobierno
venezolano: amenazar a las universidades autónomas con retirarles el
presupuesto si se niegan a reconocer a Nicolás Maduro como presidente de
Venezuela. O sea: el dinero estatal convertido en arma de chantaje para lograr
la sumisión de las altas casas de estudios del país.
Ningún
gobierno, ningún Estado, ningún gobernante debería tener la potestad de imponer
irrestrictas obediencias a las universidades; de convertirlas, a través de chantajes
o amenazas, en sumisos, obedientes espacios. La
universidad no existe, no ha existido ni existirá nunca para cumplir los deseos
de gobierno alguno. Sus principios se relacionan con imaginación y creatividad, con valores y sueños, con
ideales y principios. Aspira a formar dignos seres
humanos que sean, también, buenos profesionales. Y ese doble propósito explica
el significado ético de su siempre necesaria autonomía. Una autonomía alusiva a
la mayor fortaleza de la universidad: la libertad de cátedra.
Una
universidad no es ni será nunca espacio análogo al castrense, al político o al
mercantil. Sus miembros: autoridades, profesores, estudiantes, jamás aplaudirán
bobaliconamente consigna alguna ni se vestirán de color rojo o de ningún otro
color. Tampoco vociferarán el nombre de algún ídolo colectivo amparado en el culto
a la personalidad ni jurarán por las urgencias de intereses políticos o económicos.
Alguna vez dijo el
poeta Pablo Neruda: “Hay que oír a los poetas. Es una lección de historia”. Escuchar
a los poetas: una necesidad de las sociedades relacionada con sentido común,
pero también con ideales, con esperanzas, con sueños colectivos. Parafraseando
a Neruda, yo añadiría: al igual que a los poetas, las sociedades están obligadas
a escuchar a sus universidades. No a todas, desde luego. Solo a las que merezcan
serlo: las verdaderas, las dignas; nunca a las uniformadas, las obedientes, las
adoctrinadoras, las temerosas, las destinadas a convertirse en lamentable apéndice
de poderes ajenos a ellas.
Jamás,
a lo largo de los últimos veinte años en Venezuela, ninguna de nuestras
universidades autónomas claudicó ante la evidente deriva autoritaria gubernamental.
Siempre fueron -y es algo que como profesor universitario que soy desde hace
cuarenta años me enorgullece profundamente- muy críticas ante el talante
antidemocrático del chavismo.