¿Por qué resulta a muchos europeos tan
difícil entender contextos sociales diferentes a los suyos? Su miopía es
francamente grotesca al referirse a nuestra América Latina, por ejemplo. Hace
ya bastantes años, el escritor venezolano Carlos Rangel describió perfectamente
esta miopía en su libro Del buen salvaje
al buen revolucionario. En él estableció hondas analogías entre el viejo
mito, inaugurado por Miguel de Montaigne en sus Ensayos, sobre los “buenos” salvajes habitantes de un nuevo mundo
anunciado y descrito en las cartas del almirante Cristóbal Colón, y el curioso
mito propagado hasta el cansancio por cierta intelligentsia europea devota de la fotografía de un Che
Guevara contemplando extático el infinito. Hoy día, descendientes de ese grupo,
o, incluso algunos de ellos mismos, ya notoriamente envejecidos, pretenden
seguir dándonos lecciones políticas a los latinoamericanos. Más concretamente a
los venezolanos que estamos viviendo y padeciendo la crispada situación por la
que atraviesa nuestro país.
Esos europeos siempre dispuestos a la
“salvación” de una humanidad colocada a lo lejos, braman y gimen por Chávez y
su estragado “socialismo del siglo XXI”, causante de la peor tragedia humana
conocida por mi país, Venezuela desde el tiempo de su independencia. A sus muy
delicados oídos y a su muy fina sensibilidad parecieran horrorizar diversas cosas:
por ejemplo, que un joven diputado ose -al “autoproclamarse” luchador por la
libertad de su país- enfrentar valientemente las atrocidades de un gobernante
espurio, o que casi el noventa por ciento de Venezuela clame por justicia y por
libertad, o que una simple nación latinoamericana pretenda recuperar su democracia.
Ciertos “buenos” y “progresistas”
europeos deberían revisar un poco su historia antes de opinar sobre el porvenir
de pueblos que luchan por horizontes que los mismos europeos alcanzaron solo tras
dos trágicas conflagraciones culpables de la desolación de media humanidad. No
necesitamos los latinoamericanos -en este caso los venezolanos- los consejos de
una ideologizada “sabiduría” eurocéntrica convencida de que sus razones
forzosamente han de servir como recetarios a pueblos muy alejados de sus
fronteras.
Y, a manera de post scriptum: cuando un gobierno tiránico aniquila a un pueblo que
lo rechaza, cuando ese gobierno justifica su permanencia en función a un
destino político que solo él y unos cuantos prosélitos comprados entienden, no
existe ni existirá jamás ideología u ornamento ideológico alguno capaz de
justificar la inhumanidad de unos pocos sojuzgando a casi todos.