En plena Segunda Guerra
Mundial, Karl Popper escribió su célebre trabajo: La sociedad abierta y sus enemigos. En él oponía dos modelos
sociales: uno, al que llamó “cerrado”, era el de la inamovilidad y la clausura,
el del despotismo y la falta de libertad, el de la imposición de dogmas ante
los cuales la individualidad humana se desvanece. El otro, al que llamó
“abierto”, era el de la libre convivencia, el de la comunicación, el de la
tolerancia y la libertad.
Dentro de los espacios sociales nos
movemos los hombres. Habitamos. Actuamos. Nos relacionamos. En ellos son y
siempre serán positivas la comunicación, la solidaridad y la tolerancia; y son
y siempre serán negativas, la incomunicación, las imposiciones dogmáticas y la
obediencia por el temor.
En toda sociedad democrática -el modelo por
excelencia de una sociedad abierta- la norma es la diversidad y la aceptación de la diversidad, la
inclusión que permite convertir las diferencias naturales entre personas y
grupos en oportunidad para acercar las diferencias y para favorecer la
participación de todos.
Sociedades abiertas y sociedades
cerradas: aquéllas más evolucionadas
y, sobre todo, más humanas; éstas, más primitivas y burdas, más torpes, más
inhumanas.
En las sociedades cerradas no existe el
diálogo, ni la justicia, ni el respeto por la dignidad humana. Todo en ellas luce
empobrecido y estrecho, reseco y carente de ilusión. Evolucionar de lo abierto hacia lo cerrado -una amenaza
siempre presente en cualquier colectividad- sería una de las transiciones más
trágicas que pudiera experimentar todo grupo humano. “Empequeñecimento”, por
ejemplo, a causa de la voluntad de algún dirigente político o de la imposición
de ideologías desindividualizadoras. “Enanización” destinada a derivar en el anquilosamiento de las normas,
en el peso irracional de lo impuesto, en la carencia de libertad, en la
desaparición de las iniciativas individuales, en el desvanecimiento de las
ilusiones y de la esperanza.
Son muy
diversas las causas capaces de generar el “encierro” social. Por ejemplo, el populismo:
expresión que suele reunir determinados
ingredientes: el carisma de algún vociferador junto a su irresponsable
ofrecimiento de todo. El mejor antídoto contra el populismo será siempre la
realidad y, junto con ella, el estruendoso fracaso de las irresponsables ofertas
del demagogo charlatán. Otra causa de encierro social será la imposición de deformadas
legalidades encargadas de imponer los deseos y caprichos de un jefe o una élite
gobernante. Y, desde luego, existe la amenaza del encierro como consecuencia de una de las más absurdas decisiones de un dirigente
político: fomentar entre los gobernados -a fin de extraer alguna forma de
“provecho”- el enfrentamiento, la desunión. Absurdo, en fin, de
convertir la política -el arte de la convivencia- en anti-política; esto es:
destrucción del tejido social únicamente en beneficio de la permanencia en el
poder del patético gobernante.
Por último, una sociedad
se encierra dramáticamente cuando el grupo dirigente decide apoyarse exclusivamente
en la fuerza de las armas; y, apuntalada por una jerarquía militar corrupta, enriquecida
gracias a las dádivas de esos gobernantes de quienes de ella dependen, sacrifican
la libertad, la justicia, y la dignidad de todo un pueblo. Para ese momento, ya
más que de “encierro” podríamos referirnos a clausura, asfixia, destrucción
definitiva de esos espacios que alguna vez pudieron ser calificados como
democráticos.