Escribir acaso como una forma legitimación,
un arraigar en nosotros mismos, un sostenernos en la comunicación de órdenes e
intenciones en los que intuimos íntimas
formas de coherencia y de sentido.
En un ensayo al que colocó por título un
escueto Por qué escribo, George
Orwell sostuvo que la mayoría de los individuos abandonaban toda ambición de
sobresalir en la vida más o menos hacia los treinta años, excepto en el caso de
los escritores, quienes eran capaces de conservar intacta esa ilusión hasta el
final de sus días.
La tarea del escritor
finaliza con su vida. Sus palabras lo ayudan a aferrarse a la vida esforzándose
siempre por entenderla. Sentimiento -¿espejismo?- de
que al escribir interviene en el mundo, legitimándose sobre ciertas verdades
por las que no podría nunca dejar de apostar porque ellas lo rescatan de lo agobiante, lo incomprensible, lo absurdo, lo
irracional; porque ellas lo fortalecen, por ejemplo, ante lo políticamente
destructivo, deshumanizador, degradante, enfermo. En suma: el escritor acaso
escriba para afirmarse en ciertos argumentos relacionados con el sentido común
y la dignidad de lo humano.
Ante un entorno como el de nuestra actual
Venezuela, de tantas maneras vulnerado, alejado de válidas referencias sociales,
económicas y políticas, escribir puede convertirse en un rescate al proponernos
convertir nuestra escritura en resguardo de ideas e ideales, en inspiración de
palabras, en aliento de esperanza y cercanía a ilusiones necesarias y a desvanecidas
respetabilidades. En suma: con nuestras voces apoyarnos en ciertos principios, afirmarnos
en el propósito de comunicar el significado de una dignidad humana trágicamente
vulnerada.
En fin: tal vez no exista una mejor razón
para escribir que ese esfuerzo por comunicar verdades y convicciones necesarias
para nosotros, y, a la vez, necesarias para todos; entendiendo que el destino
de esas voces que trabajamos, vivimos y por las cuales apostamos, no es otro
que el de transmitir ilusiones y respuestas que nos pertenecen y que -sentimos,
sabemos- deberían pertenecer también a todos los hombres.