viernes, 11 de enero de 2019

ESCRIBIR PARA...


Escribir acaso como una forma legitimación, un arraigar en nosotros mismos, un sostenernos en la comunicación de órdenes e intenciones en los que  intuimos íntimas formas de coherencia y de sentido.
En un ensayo al que colocó por título un escueto Por qué escribo, George Orwell sostuvo que la mayoría de los individuos abandonaban toda ambición de sobresalir en la vida más o menos hacia los treinta años, excepto en el caso de los escritores, quienes eran capaces de conservar intacta esa ilusión hasta el final de sus días.
La tarea del escritor finaliza con su vida. Sus palabras lo ayudan a aferrarse a la vida esforzándose siempre por entenderla. Sentimiento -¿espejismo?- de que al escribir interviene en el mundo, legitimándose sobre ciertas verdades por las que no podría nunca dejar de apostar porque ellas lo rescatan de lo agobiante, lo incomprensible, lo absurdo, lo irracional; porque ellas lo fortalecen, por ejemplo, ante lo políticamente destructivo, deshumanizador, degradante, enfermo. En suma: el escritor acaso escriba para afirmarse en ciertos argumentos relacionados con el sentido común y la dignidad de lo humano.
Ante un entorno como el de nuestra actual Venezuela, de tantas maneras vulnerado, alejado de válidas referencias sociales, económicas y políticas, escribir puede convertirse en un rescate al proponernos convertir nuestra escritura en resguardo de ideas e ideales, en inspiración de palabras, en aliento de esperanza y cercanía a ilusiones necesarias y a desvanecidas respetabilidades. En suma: con nuestras voces apoyarnos en ciertos principios, afirmarnos en el propósito de comunicar el significado de una dignidad humana trágicamente vulnerada.
En fin: tal vez no exista una mejor razón para escribir que ese esfuerzo por comunicar verdades y convicciones necesarias para nosotros, y, a la vez, necesarias para todos; entendiendo que el destino de esas voces que trabajamos, vivimos y por las cuales apostamos, no es otro que el de transmitir ilusiones y respuestas que nos pertenecen y que -sentimos, sabemos- deberían pertenecer también a todos los hombres.