Lo esencial es invisible a los ojos,
leemos en la más célebre obra de Antoine de Saint-Exupéry. De igual manera, podía
decirse que lo esencial es irreductible a las palabras. Pero si bien es posible
dudar de la suficiencia de las voces humanas nunca podremos dejar de servirnos
de ellas. ¿Cómo podríamos entender el
mundo sin esas voces que son parte de nuestra humana realidad? Nada existe para los hombres sin palabras capaces de traducir la
vida y dibujar nuestra relación con
el universo. ¿Cuál es el valor central de la comunicación?
Solo cabe una respuesta: la autenticidad y la coherencia. Cuando hablamos,
cuando escribimos, ¿a quiénes nos dirigimos? ¿A
quiénes pudieran resultar útiles nuestras voces? La respuesta a estas preguntas
trazará el sentido de nuestro esfuerzo y la entonación de nuestro mensaje.