La política es una
necesidad en la vida humana. Tan antiguas como las preguntas por su sentido son
las respuestas que la justifican. Ella será -y nunca podría dejar de ser- un
medio; siempre un medio para alcanzar un fin más elevado: la adecuada convivencia
entre los miembros de una comunidad. Donde coexistan diversos grupos humanos siempre
existirá política. Realidad de la que jamás podría disociarse otra: el sentido
de la política es la libertad, entendida como coexistencia entre iguales, como potestad
de cada individuo de escoger su destino y construir la vida que crea merecer.
Absurdamente, muy a menudo la
política ha pretendido hacer vivir sus voces en regiones inaccesibles a las
humanas circunstancias. En la reciente historia del mundo, palabras propulsoras
de muchos proyectos e ideales políticos se fueron alejando de las verdades cotidianamente
vividas por los hombres. Terminaron, así, haciéndose letra muerta, irreal
espejismo, cuando no engaño destructivo. Degradadas a la triste condición de
promotoras de ideologías, de tiranos y de sistemas, trágicamente se alejaron de
las reales necesidades de sus sociedades.