Nuestra
ética: temple construido por muchas vivencias; significado de propósitos y
comportamientos, legitimación de actos y pasos, y, por sobre todo, expresión de
humanidad. Nuestra ética nos define y nos defiende. Gracias a ella la memoria
se hace diseño de respuestas y de verdades, cartografía de una realidad que no
solo nos pertenece sino que además debiera justificarnos. Asocio también la
ética con el empeño por conservar nuestra curiosidad manteniendo vivo el
propósito de aprender, de iniciar proyectos, de ampararnos en nuevas ilusiones,
de permanecer comprometidos con opciones que fuimos haciendo nuestras, de
entender que jamás dejaremos de ser aprendices de la vida.
La ética
bien pudiera señalarnos, también, el rumbo hacia esa felicidad que reconocemos
como único destino posible para nosotros. De todas y cada una de nuestras
experiencias la ética nos permite extraer un aprendizaje conducente a una nueva
verdad, un significado más, una legitimación necesaria. Legitimar,
legitimarnos… Verbo central dentro del camino de la vida, acción que entraña la
consolidación de un tiempo que construye un orden,
dibuja una temporalidad que suma espacios y tiempos reunidos al interior de una
memoria que busca hacerse argumento. Ética y tiempo, ética y espacio:
correspondencias que vuelven habitable nuestro mundo; que conquistan para
nuestra realidad la superación posible del azar, del aleatorio capricho de lo
impredecible.