Me gusta
leer los discursos de agradecimiento de quienes
resultan laureados con el premio Nóbel de Literatura. En ellos, seres de palabras generalmente ya hacia el final
de sus vidas, suelen transmitir una sabiduría a la que siempre resulta enriquecedor acercarse.
Hace
algunos años, Ohran Pamuk, al recibir el Nobel, narró la siguiente anécdota:
poco antes de morir, su padre le mostró unos manuscritos suyos, y le pidió su
opinión. Por un tiempo Pamuk no se atrevió a leerlos. Temía que si relacionaba
a su padre, ese ser entrañable a quien tan bien conocía como alguien
extrovertido y siempre amigo de fiestas, con eso que el propio Pamuk sabía que son
los escritores: seres solitarios, infatigables indagadores de sus voces; entonces,
o bien su padre no era la persona que él tanto creía conocer, o su percepción
de la escritura y los escritores estaba del todo errada.
Leídos los
textos, Pamuk comprende que no se ha equivocado ni con lo uno ni con lo otro.
En su padre no habitaba un escritor. Sus páginas no apuntaban sino hacia un
entretenimiento ligero, muy poco relacionado con el cotidiano esfuerzo de quien,
apasionada e incansablemente, hurga en el mundo de sus voces.
Otro discurso
literario que me llamó la atención fue el de la rumano-alemana Herta Müller, que
comienza con una reflexión: “Los objetos no conocen su material, los gestos no
conocen sus sentimientos y las palabras tampoco conocen la boca que las
enuncia. Pero para asegurarnos nuestra propia existencia necesitamos los
objetos, los gestos y las palabras. Cuanto más palabras nos es permitido usar,
tanto más libres somos.”
Si las
palabras de Pamuk se referían a soledad; las de la Müller se relacionan con libertad.
Libertad para resistir injusticias, para oponerse a circunstancias humillantes
y anuladoras, para enfrentarse a ideológicos adoctrinamientos, para descubrirse
a ella misma en el espacio de su conciencia.
Años antes de
Pamuk y la Müller, Neruda había dicho al recibir el Nóbel: “Todos los caminos
llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso
atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar
al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas
en esa danza o en esa canción están consumados, los más antiguos ritos de la
conciencia: de la conciencia de ser hombres.”
--> Escribir para que el mundo interior del poeta y el mundo del infinito afuera se comuniquen; para que la escritura, reflejo de la humanidad de su creador exprese la individual residencia de éste: morada de su libertad y de su honestidad.