La inabarcable
grandeza del cosmos es análoga a la inabarcable complejidad del alma humana. En
ambos casos, hombres de ciencia y hombres de espíritu –creadores, imaginativos
los dos- aspiran a un mismo fin: entender el universo que habitamos y comprender
el universo que construimos.
Lo externo y lo
interno: alma y cosmos: complementariedad
o correspondencia entre la una y el otro. La ciencia se propone traducir la infinita
amplitud del cosmos. La poesía, esencialmente, nos acerca a la complejidad de
nuestra alma humana. En el libro sexto de su Ética a Nicómaco, Aristóteles definió a la ciencia como el estudio
de lo que es indudable porque ha existido siempre y por siempre existirá; opuesta
a ella, el arte sería la realidad de las cosas que podrían no haber sido pero
que, sin embargo, son. Así, frente a la ciencia que se ocupa de lo que resulta
insoslayable, el arte es la realidad de lo posible, de eso que depende de la
creatividad del hombre, de su potestad de hacer surgir un mundo de formas
nuevas donde antes no había sino vacío.