Dijo el poeta Saint-John Perse en su discurso de agradecimiento al
recibir el Premio Nobel de Literatura el año de 1960: “La gran aventura del
espíritu poético no es inferior en nada a las grandes entradas dramáticas de la
ciencia moderna … Algunos astrónomos han podido perder el juicio ante la teoría
de un universo en expansión: no hay menos expansión en el infinito moral del
hombre: ese universo”. La inabarcable grandeza del cosmos es análoga a la
inabarcable complejidad del alma humana. En ambos casos, hombres de ciencia y
hombres de espíritu –creadores, imaginativos los dos- aspiran a un mismo fin:
entender el universo que habitamos y comprender el universo que construimos.
Lo externo y lo interno:
alma y cosmos: complementariedad o correspondencia entre la una y el
otro. La ciencia se propone traducir la infinita amplitud del cosmos. La
poesía, esencialmente, nos acerca a la complejidad de nuestra alma humana. En el
libro sexto de su Ética a Nicómaco, Aristóteles definió a la ciencia como el
estudio de lo que es indudable porque ha existido siempre y por siempre
existirá; opuesta a ella, el arte sería la realidad de las cosas que podrían no
haber sido pero que, sin embargo, son. Así, frente a la ciencia que se ocupa de
lo que resulta insoslayable, el arte es la realidad de lo posible, de eso que
depende de la creatividad del hombre, de su potestad de hacer surgir un mundo
de formas nuevas donde antes no había sino vacío.