Despedir para
siempre a quien fuera parte central de nuestras vidas nos confronta con eso que
fuimos y que somos.
Desamparados, a
solas con nuestro mundo y nuestro tiempo, sentimos, sabemos que algo ha
cambiado para siempre.
Nos abruman de
pronto los años con un peso de desconcierto, de incertidumbre, de vacío; y,
dolorosamente, entendemos el cruel sentido que puede poseer la soledad.
Permanecen en el
recuerdo los últimos momentos de ese ser al que decimos adiós, lacerante la
visión agónica de un cuerpo que concluye.
Cuando lo que
formó parte de nuestra vida por mucho tiempo desaparece, quedamos a la deriva,
lejos de muchas cosas; de casi todo, también de nosotros mismos. Lo que
creíamos eterno ha desaparecido y ha cambiado para siempre nuestra historia.
Son imaginarios que ya no nos
abandonarán, que rehacen nuestra relación con nosotros mismos.