Me acerco a las
palabras como me acerco a la vida. Y hago de ellas un símbolo de mi relación
con la existencia; acaso, también, una apuesta conmigo mismo. Concibo la
escritura como un lugar o morada donde refugiarme o dentro del cual centrarme.
Mi escritura:
un prisma a través del cual distinguir el camino y distinguirme dentro de él.
Un prisma: un punto de vista, una perspectiva que se aferra a las voces para
enunciarse, para describir y describirse. Lo que veo y lo que creo ver, lo que
siento al mirar, la manera como me empeño en percibir tanto lo que me rodea
como lo que existe en mí en medio de los senderos de ese tiempo que soy, que he
llegado a ser…
Distingo
en las palabras que escribo un instrumento y una finalidad. Construir con ellas
una realidad en la cual vivir un tanto al margen de la otra: ésa que en modo
alguno puedo soslayar. Pero, al mismo tiempo, sin cesar de intentar que ambas
realidades se relacionen; o mejor: que esa realidad relacionada con las
palabras alcance a invadir la obra, la real, la inescapable, para, así, hacerla
más llevadera.