Era la posibilidad abierta
tantas veces a la sorpresa; la lenta afirmación en medio de las sombras; el
cauce que arrastraba impulsos y sentimientos, temores y olvidos; la tormenta de
la que me guarecían ínfimos escondrijos…
Y llegó entonces el silencio.
Llegó junto a la quietud de una
muerte que me despojaba de muy viejas presencias.
Y comencé a deambular por entre
todos los desiertos de la tierra en busca de algún tesoro enterrado, aguardando
por recuerdos que me iba entregando la memoria, una memoria siempre detenida en
espacios irreales.
Mi peregrinar, extraño
peregrinar, habrá de mantenerse muchos años más.
Concluirá solo cuando logre
divisar alguna tierra prometida al alcance de mis manos, una tierra prometida
que imagino desde mucho tiempo atrás, cuando apenas comenzaban mis pasos.
Concluirá
cuando logre rehacer el sentido de muchos días rotos, cuando toque algún firmamento
o paraíso, cuando dé por terminados los rincones donde protejo esos sueños que dan
forma a mi rostro.
Reconozco que
no existe otro recurso que la esperanza y la iluminación de la esperanza y que
los frutos que me negué a cosechar hablarán siempre de mi propia indefensión.
Junto a mis rutinas,
dentro del camino, nunca dejaré de alimentar ciertas quimeras.