La vida: ella es y será siempre lo primero; y de lo que se trata y de lo que no
podría dejar de tratarse nunca será de aprender
a vivir, valorando eso que merezca valorarse, esforzándonos por entender lo que
realmente importa.
Justificar nuestra vida,
justificarnos en ella al lado de nuestras respuestas y en nuestra búsqueda de
respuestas, en nuestras comprensiones y en ese diálogo incesante que no podemos
dejar de sostener ni con el afuera ni con nosotros mismos.
Heráclito habló de las
“armonías invisibles superiores a las visibles”. Armonías invisibles son ésas
que aparecen por entre lo inesperado o lo disperso. Esa armonía que existe en
nosotros y en todo cuanto nos rodea -y que, de algún modo, estamos obligados a
buscar a lo largo de nuestra vida- es más fácil de percibir cuando junto a
nuestras voces vamos reuniendo pasos y propósitos, acciones y recuerdos,
ilusiones y certezas.