Con todo lo terrible que
pueda tener para los hombres la imagen de la muerte, ella pareciera resultar
mil veces preferible a la opción de la inmortalidad. Una vida infinitamente
prolongada, una muerte que nunca llega, es algo que los seres humanos hemos
convertido en una de nuestras más espantosas pesadillas. Como alguna vez he
comentado, ella se asocia, por ejemplo, con la imagen del vampirismo y los
vampiros: siniestros seres de la noche, condenados por toda la eternidad a
alimentarse únicamente de la sangre de sus víctimas. En otra grotesca imagen de
la inmortalidad, entresacada esta vez de las páginas de la literatura
universal, Los viajes de Gulliver, su autor, el escritor Jonathan Swift,
parodió con terrible ironía su versión de una vida interminable. En un país al
que Gulliver llega en sus muchos recorridos, existe una raza especial de seres:
los inmortales. Seres que nacen con el signo de la eternidad escrito en sus
cuerpos. Son individuos que jamás conocerán la muerte. Su sociedad acoge el
nacimiento de cada nuevo inmortal como una terrible desgracia. La descripción
que hace Swift de ellos es la contrapartida espantosa de cualquier ilusión de
eternidad: seres miserables, condenados a arrastrar por todas las edades sus
cuerpos en un inacabable proceso de deterioro. El peor castigo de los
inmortales es, precisamente, el no morir, la agonía de su final sin fin.
Sin embargo, los seres
humanos, aterrados ante la posible
inmortalidad de los cuerpos, pareciéramos haber anhelado siempre la
inmortalidad de nuestro recuerdo: perdurabilidad ya no del cuerpo sino de las
ideas, las visiones, los sueños y los sentimientos; que nuestras huellas
permanezcan y que la muerte no signifique nuestro desvanecimiento absoluto.
El temor a morir y a
desaparecer es conjurado en uno de los fundamentales sentidos del arte: el
testimonial. A través de sus creaciones los artistas dejan constancia de sus
experiencias eternizadas en alguna imagen. Sueño de todo artista: permanecer en
esa obra que atestigüe un determinado momento vivido por él y para siempre
reflejado sobre una forma estética.