martes, 15 de enero de 2013

CON TODO LO TERRIBLE...


Con todo lo terrible que pueda tener para los hombres la imagen de la muerte, ella pareciera resultar mil veces preferible a la opción de la inmortalidad. Una vida infinitamente prolongada, una muerte que nunca llega, es algo que los seres humanos hemos convertido en una de nuestras más espantosas pesadillas. Como alguna vez he comentado, ella se asocia, por ejemplo, con la imagen del vampirismo y los vampiros: siniestros seres de la noche, condenados por toda la eternidad a alimentarse únicamente de la sangre de sus víctimas. En otra grotesca imagen de la inmortalidad, entresacada esta vez de las páginas de la literatura universal, Los viajes de Gulliver, su autor, el escritor Jonathan Swift, parodió con terrible ironía su versión de una vida interminable. En un país al que Gulliver llega en sus muchos recorridos, existe una raza especial de seres: los inmortales. Seres que nacen con el signo de la eternidad escrito en sus cuerpos. Son individuos que jamás conocerán la muerte. Su sociedad acoge el nacimiento de cada nuevo inmortal como una terrible desgracia. La descripción que hace Swift de ellos es la contrapartida espantosa de cualquier ilusión de eternidad: seres miserables, condenados a arrastrar por todas las edades sus cuerpos en un inacabable proceso de deterioro. El peor castigo de los inmortales es, precisamente, el no morir, la agonía de su final sin fin.
Sin embargo, los seres humanos,  aterrados ante la posible inmortalidad de los cuerpos, pareciéramos haber anhelado siempre la inmortalidad de nuestro recuerdo: perdurabilidad ya no del cuerpo sino de las ideas, las visiones, los sueños y los sentimientos; que nuestras huellas permanezcan y que la muerte no signifique nuestro desvanecimiento absoluto.
El temor a morir y a desaparecer es conjurado en uno de los fundamentales sentidos del arte: el testimonial. A través de sus creaciones los artistas dejan constancia de sus experiencias eternizadas en alguna imagen. Sueño de todo artista: permanecer en esa obra que atestigüe un determinado momento vivido por él y para siempre reflejado sobre una forma estética.