Signos
a mi alrededor que se niegan a desaparecer. Trazos que permanecen con viscosa
ubicuidad. Ponzoñosos, desagradables, evocan errores cometidos. Inútil tratar
de borrarlos. Sólo cabe esperar que el tiempo logre extinguirlos. Pero el
tiempo es caprichoso y muy rara vez complace mis deseos. Quedo, pues, a merced
de esas señales empeñadas en no ignorarme. El muy racional propósito de que sea
yo quien las ignore es muy difícil de cumplir; y así, enquistadas en las entrañas
mismas del día a día, esas venenosas señales contaminan ilusiones y proyectos.