sábado, 17 de noviembre de 2012

EL CULTO A LO HEROICO...


El culto a lo heroico acaso sea la principal característica de un universo castrense muy poco humano y, por lo general, sustentado sobre la erradicación de toda forma de individualismo. Universo saturado de uniformes y uniformidades, de estandartes e himnos, de obediencias y consignas. Recuerdo esa extraordinaria escena de la película de Stanley Kubrick Full metal jacket (1987), en la que un joven recluta es forzado a los más humillantes extremos por uno de esos sargentos a los que tan acostumbrados nos tiene el típico anecdotario militar: rudo, brusco, agresivo, viril; perfecto ejemplo del guerrero maduro absolutamente capaz de convertir a cualquier soldado bisoño en futuro combatiente, infligiéndole toda clase de humillaciones. Con extraordinaria maestría, Kubrick parodia todo esto en ese desgarrador momento del filme cuando el humillado recluta descerraja un tiro sobre el sargento antes de dispararse a sí mismo. Es la otra cara de los códigos “heroicos” la que, en guiño cómplice, muestra Kubrick a los espectadores.
Recuerdo otra película de Kubrick: Senderos de gloria (1957). Sobre ella, su director en una entrevista declaró que la consideraba no una película anti-belicista sino un manifiesto contra "la ignorancia autoritaria". Una “ignorancia” cruel fortalecida en la manipulación de un culto a la muerte asentado sobre nociones de valentía, nacionalismo, sacrificio... En esa misma entrevista, añadía Kubrick: “Con todo su horror, la guerra es puro teatro.” El teatro de la guerra; o lo que es lo mismo: el teatro de la muerte: deshumanizante trama que banaliza la vida en la glorificación de la muerte.
En su extraordinario ensayo, “La ideología de la muerte”, su autor Herbert Marcuse señala: “La sumisión a la muerte es sumisión al señor de la muerte: a la polis, al Estado, a la naturaleza o al dios. El juez no es el individuo, sino un poder superior; el poder sobre la muerte es también poder sobre la vida.” Como apunta Marcuse: se trata de conquistar la vida, no en nombre de obediencias a poderes que la manipulan minimizándola, sino de vivirla por ella misma. La visión de Marcuse es irrefutable: una vida que asuma en la muerte el significado para sí, es una vida miserablemente desperdiciada.
La manipulación de los creyentes a través de la rotundidad de las creencias no es algo exclusivo del mundo militar. Se dibuja en toda forma de fe empeñada en reducir al ser humano al tamaño de un lema, una obediencia, un símbolo, un código. Con igual ceguera, todo cosificado obediente propende a compartir dos actitudes: la negación de los otros y la extrema simplificación del propio yo.