Si pensamos, decía Nietzsche, no hay reposo. No
hay reposo, pues, para el intelectual. Todo es, para él, motivo de reflexión.
Sus pensamientos lo conducen hacia sus hallazgos, hallazgos que los guían hacia
nuevos encuentros, encuentros que son el punto de partida hacia nuevos
horizontes. El genuino intelectual llega a un sitio para proseguir hacia otro;
siempre en busca de otras metas, de diferentes horizontes.
Percibo en el trabajo intelectual una de las más
dignas alternativas que podría plantearse el ser humano; desde el rincón de su
pensamiento, formado por su vida y las experiencias que ésta le legó, crear y organizar
ideas e imaginarios imágenes que compartir, que comunicar.
Razón comunicativa: expresar ideas es expresarnos
a nosotros mismos; razón que jamás estará del lado de los mandatos o dogmas.
Recuerdo una frase de Theodor Adorno: “Nada es más incongruente que, en la
discusión ... querer tener razón”.
El intelectual debería conservarse por siempre
inocente y curioso. Inocente en la autenticidad de sus búsquedas y de sus
preguntas; curioso para no dejar de indagar en las posibles respuestas. El
intelectual no debería perder nunca su capacidad de soñar y dejarse envolver
por sus sueños nacidos de sus miradas y convicciones. “El intelectual –dice
Ortega y Gasset- se ocupa en forjar opiniones sobre los grandes temas que al
hombre importan: es un opinador”. Un opinador y, mucho más aún: un testigo, un
traductor; también un contemplador, un colocador de nombres.
Nietzsche decía que los “contempladores” eran
los verdaderos autores del mundo humanizado. Los intelectuales serían, pues,
los colocadores de nombres de ese mundo humano que es el nuestro. Sus ideas son
sus palabras y éstas los nombres que muchas veces las épocas repiten.
Dos fuerzas inmensas suelen guiar al intelectual:
la lucidez y la imaginación. La primera lo lleva a identificar eso que ve, la
segunda propende a conducirlo hacia lo que le gustaría ver. Es, a la vez, un
crítico y un utopista. De su mirada crítica se origina una visión de lo
utópico. Algunos de los más grandes sueños de la humanidad, de las más bellas
ilusiones de los hombres, pudieron nacer de intelectuales que, insatisfechos
frente a lo que los rodeaba, se propusieron imaginar el mundo con el que
hubieran querido rodearse.