Nuestro tiempo nos construye. Cuanto acontece
gira a su alrededor. Los antiguos griegos lo concibieron de dos maneras a las que
dieron dos nombres diferentes: Kairos y Cronos. Cronos era
la visión de lo temporal tal y como comúnmente la entendemos: irreversible
sucesión de momentos que van
construyendo itinerarios, historias, vidas. Kairos era el tiempo
interior, temporalidad existencial haciéndose, deshaciéndose y rehaciéndose al
interior de cada conciencia humana. Kairos: tiempo del mundo
interior humano donde los recuerdos y los propósitos se entremezclan con el presente
y con un anhelo de futuro; tiempo selectivo que, arbitrariamente, escoge
iluminar u oscurecer, aumentar o minimizar, perpetuar u olvidar. Contradictoriamente, conviven
en Kairos olvidos y obsesiones. Desde él, el ser humano se enfrenta a esa cruel realidad
que es Cronos, casi siempre ajena a los deseos y propósitos de los
hombres. Cronos dice a los hombres que el mundo y las cosas suelen estar
muy lejos de su voluntad y sus deseos. Kairos, por el contrario,
va construyéndose junto a pasos y actos, sueños y escogencias, ilusiones y
propósitos; permitiéndonos descifrar argumentos en nuestras vidas, hilvanar en
éstas el dibujo de un sentido. Cronos expresa la contundencia de una
temporalidad que avanza irreversiblemente adentrándose en un futuro siempre desconocido.
Señala, también, esa característica esencial del paso de los días: la
fugacidad. Kairos, por el contrario, entreteje los vaivenes dictados por
la memoria y la voluntad humanas, construyéndonos alrededor de ciertas
comprensiones y esperanzas. Mientras Cronos nos desgasta lentamente, Kairos
va nutriéndonos de percepciones y verdades, recuerdos y vivencias.