El intelectual vive en medio de
dos pulsiones: la lucidez y la imaginación. La primera le lleva a identificar
lo que ve; la segunda lo conduce hacia lo que le gustaría ver. Es, a la vez, un
crítico y un utopista. De su mirada crítica suele originarse su visión utópica.
Algunos de los más grandes sueños de la humanidad pudieron nacer de
intelectuales que, insatisfechos frente a lo que los rodeaba, se propusieron
imaginar ese mundo con el que hubieran querido rodearse.