sábado, 4 de febrero de 2012

EDUARDO MANOS DE TIJERA O EL JOVEN MANOS DE TIJERA...


Eduardo manos de tijera o El joven manos de tijera (1990), otra película del director Tim Burton, trata el tema de la entrega a la creación artística como la extraordinaria potestad de unos poquísimos elegidos. Eduardo, el protagonista, no es un ser humano sino la artificial creación de un inventor. Sólo un detalle delata su no humanidad: sus manos: antes de terminárselas, su creador murió y Eduardo tuvo que colocarse, en su lugar, unas tijeras; y es, precisamente, en esta rareza donde reposa el enorme poder de su creatividad, ya que con sus manos-tijeras es capaz de moldear cualquier forma imaginable.

Solitario, el joven “manos de tijera” habita en un castillo, en lo alto de una montaña que domina el pueblo de Suburbia: lugar de bienestar y pulcritud, habitado por pobladores tan pulcros como sus muy coloridas casas. Un día llega hasta el castillo una vendedora, quien, compadecida de la soledad de Eduardo, se lo lleva a vivir con ella y su familia. En un primer momento, el joven es aceptado por los vecinos de Suburbia, principalmente en razón de su habilidad para cortar el pelo de las damas y de sus mascotas, así como, también, dar las más originales formas a  los arbustos que adornan los jardines de las impecables casas. Sin embargo, a la larga, termina por imponerse el rechazo: Eduardo es demasiado raro, demasiado diferente. En realidad, nunca fue aceptado; no pasó de ser un fenómeno, útil al comienzo, pero, luego, incómodo y desagradable. El joven, por su parte, una vez que ha conocido el mundo humano, sabe bien que le es imposible vivir en él. Regresa, pues, a su castillo donde continúa entregado a su pasión por recortar objetos. Talla, ahora, bellísimas formas en bloques de hielo. Y sucede, entonces, lo milagroso: del hielo recortado se forma nieve que cae sobre Suburbia. Y con esta alegoría: todo verdadero artista tiene el poder de descubrir lo nuevo, lo maravillosamente desconocido, finaliza la película.