El diseño de
nuestra existencia acaso dependa de un propósito por entender el tiempo vivido
de acuerdo a algún significado; bien relacionado con una voluntad por percibir
en nosotros mismos esas invisibles armonías que nos rodean desde todos los lugares del cosmos; o bien relacionado con cierto frenesí por prolongar la
memoria de nuestro nombre. La primera es la escogencia de quienes tratan de
organizar su vida de acuerdo a la premisa de que los seres humanos
vinimos al mundo a tratar de ser felices. La segunda, la obsesión de
perdurabilidad, suele derivar en un empeño por acceder a algún tipo de
registro histórico. En suma: se trata de crecer a solas con nosotros
mismos y dentro de nuestro mundo individual, o de hacerlo obsesionados con las
miradas del afuera. La primera opción, más humilde y mesurada, posee todo el
sentido de lo más esencialmente humano; la segunda, siempre impredecible, abunda en resultados estériles, y, a veces, incluso inhumanos.