Escritor, ensayista, poeta y docente venezolano. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Mariano Picón Salas del Ministerio de la Cultura de Venezuela en 1992, fue miembro del jurado de dicho premio en la edición de 1993. Igualmente fue miembro del jurado del Premio Internacional de Cuento Francisco Herrera Luque y Presidente del I Congreso de Legislación Cultural Municipal, realizado en en febrero del año 1993 en la Universidad Simón Bolívar.
domingo, 28 de agosto de 2011
ESCRIBIR ME HA ENSEÑADO...
lunes, 22 de agosto de 2011
RECUERDO CIERTA FRASE DE SIMONE DE BEAUVOIR...
viernes, 19 de agosto de 2011
EXISTEN SERES DE PALABRAS...
Existen seres de palabras con un sentido muy práctico de la realidad. Hay otros que parecieran mantenerse totalmente ajenos a ella. Unos propenden a las fantasmagorías: visiones creadas por ellos mismos. Otros permanecen apegados a lo cotidiano, volcados en la interminable reflexión sobre todo cuanto consideran imprescindible y cercano. Hay seres de palabras que, constantemente, revolotean alrededor del brillo y el calor de algunos vocablos, desinteresándose de todo lo demás. Hay seres de palabras que precisan contemplar sus vidas bajo un sentido de unidad y que convierten la lucidez en punto de partida de todos sus hallazgos. La palabra es, para ellos, una forma de sobrevivir en el camino, un lugar desde donde avizorar por sobre las circunstancias y distinguir en medio de la confusión y la bruma. Su voz describe una y otra vez las ilusiones que cimentan sus itinerarios. Para ellos la existencia se apoya en ideas; no ideas abstractas, sino, por el contrario, visiones inspiradoras, argumentos. Hay seres de palabras para quienes la realidad es una sola cosa; para otros, ella es demasiadas cosas y, generalmente, contradictorias. Hay seres de palabras que erigen como indudable meta de su vida la esperanza. Otros creen sólo en la intensidad de ciertos instantes. Hay seres de palabras empeñados en vociferar a los cuatro vientos sus asombros y manifestar, interminablemente, los descubrimientos que acompañan su vivir. Otros, se expresan sin que apenas pueda escucharse su voz, una voz convertida en casi inaudible murmullo de incertidumbres, inseguridades y conjeturas. Para algunos, la vida es hechizo; para otros, razón. Unos tratan de gobernar su vida e, incluso, parecieran proponerse dominar la vida de todos. Otros se esfuerzan inútilmente por dirigir, apenas, algunos instantes de su propia vida. Asertivos o tímidos, atormentados o serenos, firmes o inseguros, los seres de palabras necesitan, cada uno a su manera, usar su voz para nombrar el tiempo que los rodea y los dibuja.
miércoles, 17 de agosto de 2011
A TODOS LOS SERES HUMANOS NOS RODEA EL MUNDO...
A todos los seres humanos nos rodea el mundo. Vivimos inmersos en él, circunscritos a él, abrumados por él. Y hay quienes se esfuerzan por descubrir en esos vastísimos paisajes exteriores todas las respuestas y justificaciones, todas las razones y significados: aún para sus más íntimas interrogantes y sus más personales comprensiones; seres que parecieran divisar sus destinos siempre lejos de sí mismos; individuos incapaces de adentrarse en sus propios laberintos, incapaces de contemplarse en sus memorias o de reconocerse en sus imaginarios. Si algo pudiera definir a un ser de palabras, sería mantener una actitud del todo opuesta. Mucho más que dentro del mundo, él se percibe cerca de sí mismo, próximo a sus fantasías y memorias. Contempla el mundo, generalmente, desde las coloraciones y texturas de su propia interioridad. Su necesidad de crear, de decir, de escribir, mucho tiene que ver con esa interminable proximidad hacia sí mismo, con esa necesaria comunicación y urgente cercanía a una intimidad que le pertenece y de la cual él es único custodio.
martes, 16 de agosto de 2011
domingo, 14 de agosto de 2011
EL ESTILO ES LA VERDAD DEL ESCRITOR...
sábado, 13 de agosto de 2011
ESCRIBIR ES...
viernes, 12 de agosto de 2011
LUMINOSO DELIRIO...
miércoles, 10 de agosto de 2011
BREVE EVOCACIÓN DE MI LIBRO "EL SILENCIO, EL RUIDO, LA MEMORIA"
Por algún tiempo había querido escribir un libro, un texto que reuniese en sus páginas algunas cosas relacionadas con mi infancia y adolescencia: memorias, convicciones, incertidumbres, algún asomo de respuestas... Un tema en particular estaba presente en mi memoria: siendo niño, había ido a vivir con mis padres a España. Allí permanecí por espacio de tres años. Cuando regresé a Venezuela, ya no me identificaba con mi país: me sentía absolutamente extranjero en él. Ese sentimiento de desubicación, de aislamiento, de diferencia, había marcado, en muchos sentidos, el fin de mi niñez y el comienzo de mi adolescencia. Ese era un tema que me obsesionaba. En algún momento había sentido que escribir sobre él sólo podría lograrlo bajo la forma de una novela. E, incluso, había llegado a intentar sin éxito esa aventura novelesca. Aquel texto permaneció por largos años en ese rincón de los proyectos irrealizados que, generalmente, todos solemos llevar a cuestas. Sin embargo, hubo una época en que todo pareció conjurarse a favor de reintentar el esfuerzo: me hallaba en el comienzo de un año sabático, tenía tiempo disponible, no existían mayores presiones académicas... Fue entonces cuando decidí retomar el viejo proyecto: escribiría un libro en el que, desde una memoria personal relacionada con espacios de mi propio pasado, me acercaría a ciertas peculiaridades históricas venezolanas; una comprensión de lo venezolano a partir de visiones absolutamente autobiográficas. El viejo libro abandonado cobraba vida por fin bajo la forma de un ensayo que relacionaba aspectos de mi subjetividad con una comprensión del itinerario de mi país.
Nació, así, El silencio, el ruido, la memoria, una respuesta personal a partir de lo colectivo, una definición de mi origen a partir de una memoria común. El silencio, el ruido, la memoria fue mi tercer libro, pero, en más de un sentido, lo considero como el primero; en todo caso, el primero con el que cumplía un lento y paulatino descubrimiento de mi propia escritura, el que me llevaba al hallazgo de esa palabra que siempre había deseado escribir.
(Y, salvando todas las distancias, valga aquí una digresión: recientemente me enteré que uno de los mejores libros que se hayan escrito sobre el tiempo mexicano, El laberinto de la soledad de Octavio Paz, tuvo un origen aparentemente muy semejante. En uno de sus últimos libros, Itinerario, Paz cuenta acerca de la génesis de aquél célebre y ya remoto ensayo sobre México. Durante su infancia, Paz tuvo que residir por varios años en la ciudad de Los Angeles. Allí sus compañeros norteamericanos no lo aceptaron por mexicano y por no hablar inglés. De regreso a México, años después, sus compañeros de colegio mexicanos tampoco lo aceptaron por no ser como ellos, por ser extranjero. Concluía Paz que en ese haberse sentido extranjero en su patria, en ese no haber sido aceptado ni por unos ni por otros, en ese percibirse distinto, hubo de germinar muy tempranamente una necesidad de identificación que terminó por llevarlo a escribir un libro sobre la condición mexicana. El punto de partida autobiográfico, la memoria personal de un íntimo recuerdo, derivó, así, en un libro que era un profundo esfuerzo de comprensión colectiva.)
En mi caso, a partir de El silencio, el ruido, la memoria, comenzó un itinerario que ha ido produciendo diversos libros; todos relacionados a un mismo diálogo con distintos aspectos de mi entorno, de mi circunstancia. En realidad, creo que todo libro abre las puertas a los futuros libros que habrán de sucederlo. Las interrogantes a las que tratamos de responder cuando estamos escribiendo, generan nuevas interrogantes que deberemos tratar de satisfacer más adelante. Como la escritura, la vida es camino, recorrido. Vida y escritura avanzan, o, en todo caso, se mueven a partir de, generalmente, impredecibles derroteros. Los años vividos y los libros escritos son formas y resultados del mismo esfuerzo de un rumbo por hallar.