miércoles, 10 de agosto de 2011

BREVE EVOCACIÓN DE MI LIBRO "EL SILENCIO, EL RUIDO, LA MEMORIA"

Por algún tiempo había querido escribir un libro, un texto que reuniese en sus páginas algunas cosas relacionadas con mi infancia y adolescencia: memorias, convicciones, incertidumbres, algún asomo de respuestas... Un tema en particular estaba presente en mi memoria: siendo niño, había ido a vivir con mis padres a España. Allí permanecí por espacio de tres años. Cuando regresé a Venezuela, ya no me identificaba con mi país: me sentía absolutamente extranjero en él. Ese sentimiento de desubicación, de aislamiento, de diferencia, había marcado, en muchos sentidos, el fin de mi niñez y el comienzo de mi adolescencia. Ese era un tema que me obsesionaba. En algún momento había sentido que escribir sobre él sólo podría lograrlo bajo la forma de una novela. E, incluso, había llegado a intentar sin éxito esa aventura novelesca. Aquel texto permaneció por largos años en ese rincón de los proyectos irrealizados que, generalmente, todos solemos llevar a cuestas. Sin embargo, hubo una época en que todo pareció conjurarse a favor de reintentar el esfuerzo: me hallaba en el comienzo de un año sabático, tenía tiempo disponible, no existían mayores presiones académicas... Fue entonces cuando decidí retomar el viejo proyecto: escribiría un libro en el que, desde una memoria personal relacionada con espacios de mi propio pasado, me acercaría a ciertas peculiaridades históricas venezolanas; una comprensión de lo venezolano a partir de visiones absolutamente autobiográficas. El viejo libro abandonado cobraba vida por fin bajo la forma de un ensayo que relacionaba aspectos de mi subjetividad con una comprensión del itinerario de mi país.

Nació, así, El silencio, el ruido, la memoria, una respuesta personal a partir de lo colectivo, una definición de mi origen a partir de una memoria común. El silencio, el ruido, la memoria fue mi tercer libro, pero, en más de un sentido, lo considero como el primero; en todo caso, el primero con el que cumplía un lento y paulatino descubrimiento de mi propia escritura, el que me llevaba al hallazgo de esa palabra que siempre había deseado escribir.

(Y, salvando todas las distancias, valga aquí una digresión: recientemente me enteré que uno de los mejores libros que se hayan escrito sobre el tiempo mexicano, El laberinto de la soledad de Octavio Paz, tuvo un origen aparentemente muy semejante. En uno de sus últimos libros, Itinerario, Paz cuenta acerca de la génesis de aquél célebre y ya remoto ensayo sobre México. Durante su infancia, Paz tuvo que residir por varios años en la ciudad de Los Angeles. Allí sus compañeros norteamericanos no lo aceptaron por mexicano y por no hablar inglés. De regreso a México, años después, sus compañeros de colegio mexicanos tampoco lo aceptaron por no ser como ellos, por ser extranjero. Concluía Paz que en ese haberse sentido extranjero en su patria, en ese no haber sido aceptado ni por unos ni por otros, en ese percibirse distinto, hubo de germinar muy tempranamente una necesidad de identificación que terminó por llevarlo a escribir un libro sobre la condición mexicana. El punto de partida autobiográfico, la memoria personal de un íntimo recuerdo, derivó, así, en un libro que era un profundo esfuerzo de comprensión colectiva.)

En mi caso, a partir de El silencio, el ruido, la memoria, comenzó un itinerario que ha ido produciendo diversos libros; todos relacionados a un mismo diálogo con distintos aspectos de mi entorno, de mi circunstancia. En realidad, creo que todo libro abre las puertas a los futuros libros que habrán de sucederlo. Las interrogantes a las que tratamos de responder cuando estamos escribiendo, generan nuevas interrogantes que deberemos tratar de satisfacer más adelante. Como la escritura, la vida es camino, recorrido. Vida y escritura avanzan, o, en todo caso, se mueven a partir de, generalmente, impredecibles derroteros. Los años vividos y los libros escritos son formas y resultados del mismo esfuerzo de un rumbo por hallar.