jueves, 9 de junio de 2011

LA INCOMPRENSIÓN O EL DESDÉN DE LA OTREDAD...

La incomprensión o el desdén de la otredad llevó a Occidente a creer que el mundo habría de pertenecerle gracias a una lógica escrita en la naturaleza de las cosas. La Ilustración creyó en un futuro gobernado por leyes iguales, donde lo bueno y lo malo estaría decidido por el sentido común y por fundamentales verdades que todos los seres humanos podrían compartir. Condorcet, el último de los Ilustrados, imaginó un planeta donde las diversidades desaparecerían: todas las naciones hablarían un mismo idioma y serían gobernadas por un inmenso Estado único. A la Razón universal y sólo a ella -dice Condorcet- incumben principios de justicia válidos en todas partes. Principios de un derecho racional que terminará por hacerse universal. Prejuicios, dice Condorcet, hay muchos, pero la verdad racional es una sola. Y sobre esa verdad aspiraba el último Ilustrado a que se formase un solo todo, un unitarismo práctico que sería el más eficaz mecanismo de sujección del hombre sobre su entorno y su destino.



El ideal de unión no tardó en hacerse ideal de dominio. Los "elegidos" asumieron que tenían todo los derechos sobre los "no elegidos". La Razón, sin embargo, hablaba con voz magnánima: de lo que se trataba era de salvar a los "incivilizados" de ellos mismos: de sus errores, de su barbarie, de su atraso. Rudyard Kipling, ya en nuestro siglo XX, ensalzó "la pesada carga del hombre blanco". La inmensa responsabilidad del hombre occidental era la de "convertir" a la Humanidad a la verdad de la diosa Razón y a la religión del dios progreso. El imperialismo fue la principal secuela del propio orgullo y de la autocomplacencia de los europeos. La expoliación imperialista se convirtió en la más "digna" responsabilidad de las naciones dominantes.


Hasta nuestro siglo XX llegaron los entusiasmos imperialistas. La terrible barbarie de dos guerras mundiales hizo que las naciones europeas industrializadas comenzasen a perder la fe en sí mismas y en los privilegios de su destino. Tras el desangramiento de Europa y de gran parte del mundo, comienza un proceso de descolonización por el cual los viejos elegidos comienzan a deshacerse de sus viejas presas. Es el fin del colonialismo. Los imperialismos se debilitan y, poco a poco, comienzan a desaparecer. Al radical unitarismo de los siglos XVIII y XIX sucede en la conciencia occidental del siglo XX el redescubrimiento de la otredad. Occidente comienza a percibir a su alrededor un mundo diferente y heterogéneo que escapa a su ideal de posesión. Anabasis de Saint-John Perse (1924), alguna vez descrito como el último gran poema épico de Occidente, es la contemplación admirativa de un planeta percibido como un mágico y abigarrado mosaico de diferencias. Anabasis describe un éxtasis y una renuncia: éxtasis ante lo inaudito que rodea al poeta, renuncia a cualquier propósito de sujeción de la otredad. El espíritu de Anabasis alcanzará su máxima expresión varias décadas más tarde en Tristes Tropiques (1955) de Claude Lévi-Strauss, doloroso testimonio del hombre occidental ante un planeta que no logró conservar misterios por descubrir ni maravillas de las que asombrarse. De Tristes Tropiques se ha dicho que él es el libro que termina con todos los libros de viajes. "Deseé -comenta Levi-Strauss en una de sus páginas- haber vivido en los tiempos de los verdaderos viajes, cuando todavía era posible ver el espectáculo en todo su esplendor, antes de que lo arruinaran, lo corrompieran y lo estropearan". Levi-Strauss, en la segunda mitad del siglo XX, escribe en un mundo del que ha desaparecido el genuino sentido de la aventura y del descubrimiento. Escribe, también, desde la agonía de una modernidad que ha visto desvanecerse demasiadas expresiones de lo humano.


Hoy, Occidente tal vez recuerde con nostalgia los ideales que alentaron sus conquistas. Quizá añore sus viejas verdades. Esas verdades, sin embargo, nos condujeron a todos hacia este presagio de apocalipsis que hoy domina el mundo. Las nuevas verdades que los seres humanos deberemos buscar y compartir tendrán que escribirse de otra forma. Deberán apoyarse en la comunicación y en la solidaridad de todos quienes habitamos en el espacio y el tiempo limitado y común de los sobrevivientes.