martes, 3 de mayo de 2011

LA PESADA SOMBRA (1)



“Me nutría el calor de incansables espectros”. Rafael Cadenas: Inmediaciones


Ciertos recuerdos venezolanos parecieran sugerir, incesantes, la inevitabilidad en nuestra historia pasada y presente de hombres providenciales: individidualidades extremas y autosuficientes colocadas mucho más acá o mucho más allá de la tradición y la norma. Los venezolanos pareciéramos habernos habituado a despreciar la tradición, habernos familiarizado con la ignorancia de las costumbres, haber rutinizado el olvido de lo anterior. No cesamos de asignar valor a lo que es o luce nuevo, a lo que recomienza, a lo que renace, a lo inaugural. Nuestra memoria es una memoria de rupturas, de quiebras, de hiatos, de fragmentaciones. Pareciéramos habernos acostumbrado a creer y a confiar mucho más, por ejemplo, en las voluntariosas iniciativas de ciertos iluminados personajes, generalmente percibidos por encima, muy por encima de la tradición y de la ley, que en las lentas y pausadas construcciones colectivas. Identificamos nuestras más perdurables huellas mucho más con los deslumbrantes ademanes de algún carismático dirigente que con las sólidas hilvanaciones de todos construyendo juntos el tiempo. Creemos que logros, aciertos y conquistas afortunadas, si acaso llegan, llegarán desde fuera de las fronteras de la tradición, al margen de lo consolidado, lejos de lo establecido. Somos un país de rompimientos institucionalizados donde la excepción prevalece siempre sobre el canon.


Muy al principio de su gestión, el actual gobierno ofreció al país ilusiones que parecían responder a necesarias rectificaciones colectivas: mayor justicia social, una más activa participación del pueblo en las decisiones nacionales; y, desde luego, la prédica de una tercera vía de poder, alejada tanto del totalitarismo de la conducción y la planificación estatal como de la libertad injusta y despiadada de un omnipotente Mercado. Pero esos proyectos iniciales y, sin duda válidos, rápidamente fueron cediendo y desdibujándose en beneficio del desmesurado crecimiento de una reiterada imagen del hombre providencial que, otra vez, volvía a hacerse protagonista de los itinerarios venezolanos. Era la pesada sombra de un pasado que parecía condenado a regresar. El hombre providencial asomaba su rostro y vociferaba sus verdades a través de discursos tremebundos y dogmáticos. Discursos que colocaban de nuevo en el escenario nacional a muy antiguos “culpables” e imponían, otra vez, memorias de agoreros lamentos. El exceso de una retórica que resucitaba imágenes de violencia que se remontaban al tiempo de la Independencia y al de los años de la Guerra Federal fue, sin duda, el peor error del chavismo. Ya entrando al siglo XXI volvían a escucharse en Venezuela los antiguos gritos de los seguidores de los caudillos de la causa federal: “¡Mueran los blancos, los ricos y los que saben leer!”. El discurso divisionista oponía, brutalmente, el país del “nosotros” en contra del país del “vosotros”.