miércoles, 4 de mayo de 2011

LA PESADA SOMBRA (2)

Exclusión: negación del otro, desconocimiento de la voz y del rostro ajeno, indiferencia hacia esa voz y ese rostro; no diálogo sino monólogo. Exclusión que, en algún momento significó, también, la instauración de una política de consciente temor despertado en los opositores que no comulgaban con el estilo y la gestión del gobierno de Chávez. En algún momento de su novela La misa de Arlequín, dice Guillermo Meneses: “el gobierno se parecía cada vez más al miedo de la gente”. Son complejos y difícilmente descifrables los miedos colectivos. Miedo hacia cuanto pueda lucir vulnerador; miedo hacia lo “otro”. El miedo es puerta abierta a todas las debilidades. Paraliza al ser humano en el umbral de sus acciones. Por el miedo, el rostro colectivo puede convertirse en mueca: cosificado gesto o caricatura de una faz acartonada en rictus de congelada expresión. Al miedo hay que dominarlo: vencerlo, expulsarlo, exorcizarlo. El gobierno de Chávez pareciera haber asentado su fuerza y su capacidad de convocatoria sobre consignas de temor despertadas en los adversarios. Sin embargo, ese miedo no ha tardado en dar paso a un abierto rechazo y a un desafiante cuestionamiento de la gestión gubernamental. Una gran parte de la sociedad civil venezolana ha ido enfrentándose más y más directamente a un Estado que, paulatinamente, debilitaba sus rasgos democráticos.


Dos cosas parece haber terminado de entender el país nacional que adversa a Chávez: que le es necesario recuperar la fe en los partidos políticos y que deberá apoyar sus expectativas, sueños y creencias en una ideología que haga posible el canalizarlos. Ha redescubierto, también, la necesidad de una mayor participación en el hecho político. Hoy más que nunca, los venezolanos necesitamos reconstruir la relación con nuestro tiempo. Percibir menos hostilidad en sus itinerarios. Contemplar la historia nacional como un lugar más hospitalario en el que la lenta construcción y la amplitud y ligereza de las memorias puedan hacerse hechura de nuestro destino. Divisar menos rupturas, menos recomienzos y menos incomunicación en nuestros recorridos. Distinguir en el paso de las épocas más fluidez y continuidad, mayor hilvanación. Y, desde luego, dibujar en nuestra memoria colectiva menos extremas imágenes de fracaso o idolatría. El peso del hombre providencial es una sombra que los venezolanos deberemos desvanecer. Ése es nuestro reto para la construcción de un tiempo por venir muy alejado de la desorientación que tantas veces nos condujo hacia el inabarcable laberinto o hacia el círculo interminable.