Recuerdo hace algunos años haberme sorprendido de la sorpresa de un conocido editor en mi país, ya fallecido, que me decía no entender mi esfuerzo por seguir escribiendo a pesar del muy escaso interés que mis libros podían tener para el público. Le respondí que mucho más me sorprendía a mí su sorpresa. En nuestro mundo, en nuestro tiempo de mercancías y ganancias, contemplar el mundo de la escritura a través del éxito de ventas es un criterio acaso comprensible, pero insuficiente, y, desde luego, muy empobrecedor.