Desconocías las    circunstancias..

Desconocías las circunstancias que habrías de vivir en tu camino. No entendías que tus ilusiones debían, necesariamente, relacionarse con su coherencia. Solo el tiempo habría de ofrecerte respuestas a las que llegarías muy lentamente y junto a laureles y detritus entremezclados en compleja cercanía. La misteriosa ilación de los días no dejaría nunca de sorprenderte y terminarías por aprender que cuanto suponías predestinado para ti podría deshacerse en el desengaño de muy diversas decepciones.

 

             Al interior de habitaciones protegidas por mil puertas de piedra, rodeado por enigmas, avanzas cobijado por palabras que dibujan ilusiones y verdades.

Adivinas en el silencio otra forma de palabra, una protección frente a muchas voces innecesarias o estridentes. 

Entre el ruido de la irracionalidad y el silencio del sinsentido, te centras en la elocuencia de voces capaces de borrar siglos de mutismo y estridencia.

         Fue demasiado lento el tiempo de tus aprendizajes. Las cosas parecían llegar tarde y a deshora. Y te empeñaste en hallar sentido en tus palabras, en nombrar las incomprensibles razones del día a día, en acercar intenciones y promesas a un hoy que es y será siempre un todavía insuficiente. Lentamente corregiste tartamudeos y errores. Recuperaste sueños. Coloreaste los días con transparente irrealidad. Elegiste nuevos cielos, diferentes fronteras... Descubriste que la tan cacareada sabiduría de la vejez podía no ser, a fin de cuentas, sino una mayor conciencia de tu propia vulnerabilidad, una lucidez ante mil percepciones de fragilidad y una aceptada renuncia a muchas cosas. Descubriste cómo en tus espacios se multiplicaban imágenes de incertidumbre, de precariedad, de indefensión... Sin embargo, todo ello coincidía con el apoyo de una memoria que sumaba muchos aprendizajes y respuestas. Te supiste vulnerable, pero, a la vez, también capaz de sobreponerte a tu vulnerabilidad. Entendiste que envejecer significaba establecer límites, cada vez más nítidos, entre lo esencial y lo superfluo; y que el más bello destino del tiempo vivido podía ser el aproximarte, junto a tus palabras, hacia un aceptado final.

                A la irracionalidad o la indiferencia del universo, opones tu voz, compañera de tu destino... 

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¡Que tus palabras te ayuden a relacionarte con la realidad, que ésta y tu existencia se reúnan en comunicación afirmativa!

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Te reconoces: ínfimo eslabón de una larga cadena de sucesos.

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Despierta tu conciencia aletargada y aprendes cómo la voluntad se conquista a sí misma, cómo la vigilia se sumerge en el sueño y viceversa.

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Te caracteriza tu intención de acogerte a ciertas memorias, elegir cotidianas rutinas, fomentar acuerdos con la realidad desde una esencial fidelidad a ti mismo...

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Estás obligado a buscar en ti las razones de tu permanencia en la Tierra.

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Una y otra vez regresas a tus centros y a tus márgenes, a tus preludios y a tus finales, a tus elegidas prioridades, a tu voluntad de persistir por entre demasiados puntos suspensivos.

Una y otra vez regresas a quimeras dormitando en el borde de la esperanza.

 

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Te acompaña la esperanza. Es tu manera de rendir homenaje a tus ilusiones.

 

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Te repites: “tiene que existir algo más: un claro punto de partida, una firme evolución, nítidos compromisos, una sabiduría lentamente descubierta, un destino dibujado y presentido, una forma de creer y decidir, una ilusión que no se apague, el alimento de una esperanza, un sentido al valorar y al condenar, un rostro contemplando tu rostro, unos sueños compartiendo tus sueños...”

 La realidad...

 

 La realidad: rescatarnos en ella accediendo a respuestas que solo a nosotros corresponde darle.

La realidad: de nosotros depende que no contradiga muy ásperamente nuestros sueños, que nuestro personal universo alcance a poseer algún afirmativo asidero en el universo de lo real.  

La realidad: tratamos de aproximarla a nuestras palabras; de reunir en torno a ciertas voces lo que creemos importante, justo, oportuno, idealmente necesario...