Ética y política, ética de la
política... Habría que comenzar por repetir eso que dice Hanna Arendt: el
sentido de la política es la libertad humana. Una afirmación que hoy en día
pareciera alejarse cada vez más de la verdad política que vivimos, conocemos y
padecemos los hombres.
La política es y será siempre un
medio, jamás un fin. Existe como resultado de una realidad: para su
propia supervivencia el ser humano dependerá siempre de otros. La misión de la
política es asegurar la vida de todos en medio del bienestar de la mayoría. Hoy
por hoy la política ha terminado por convertirse en un concepto inseparable de
los prejuicios en su contra; compartidos por todos quienes no vivimos de ella. Prejuicios
que tienen que ver con reiteradísimas imágenes de muy pocos secuestrando, en su
propio beneficio los intereses de la inmensa mayoría. Otra frecuente perversión
del hecho político es la consigna repetida por totalitarismos y proyectos
colectivistas, de una libertad individual siempre peligrosa para el desarrollo social;
por lo cual el ser humano, la persona individual deberá sacrificarse en aras de
desarrollos garantes de una felicidad común. Toda promesa de felicidad a
cargo de Gobiernos y Estados, Presidentes o Caudillos será siempre una promesa
falsa o vacía; nunca existirá felicidad alguna decretada para todos en un
tiempo por venir y en la voluntad de una cúpula de poder.
Es y será siempre necesario cuestionar todo proyecto político negado a
la alternabilidad del poder; igualmente imposible no desconfiar de sociedades
definidas a sí mismas como democráticas pero incapaces de revisarse
constantemente, de establecer balances, de corregir errores, de negar la perfectibilidad en sí mismas.