Como maestros, como educadores -seres que
hemos convertido la comunicación, más que en una profesión, en una manera de
vivir y de entendernos con la vida- se trata de transmitir esas verdades de las
que hemos aprendido a no dudar. Verdades relacionadas con la autenticidad de los comportamientos
y las decisiones, con la honestidad de los propósitos, con la cercanía entre la
individual vocación y eso que cada individuo pueda compartir u ofrecer a otros.
Verdades siempre asentadas en la
dignidad individual de cada persona, en un ineludible principio de justicia rigiendo
toda forma de convivencia y en lo insoslayablemente humano de la condición
humana.